Fragmentos seleccionados de Si esto es un hombre, Primo Levi
El lector, Bernhard Schlink. Traducido por Joan Parra Contreras
De la presunción, Ensayos, Michel de Montaigne
He olvidado hoy, y lo siento, sus palabras directas y claras, las palabras del que fue el sargento Steinlauf del Ejército austro–húngaro, cruz de hierro en la guerra de 1914–1918. Lo siento porque tendré que traducir su italiano inseguro y su razonamiento sencillo de buen soldado a mi lenguaje de incrédulo. Pero éste era el sentido, que no he olvidado después ni olvidé entonces: que precisamente porque el Lager es una gran máquina para convertirnos en animales, nosotros no debemos convertirnos en animales; que aun en este sitio se puede sobrevivir, y por ello se debe querer sobrevivir, para contarlo, para dar testimonio; y que para vivir es importante esforzarse por salvar al menos el esqueleto, la armazón, la forma de la civilización. Que somos esclavos, sin ningún derecho, expuestos a cualquier ataque, abocados a una muerte segura, pero que nos ha quedado una facultad y debemos defenderla con todo nuestro vigor porque es la última: la facultad de negar nuestro consentimiento. Debemos, por consiguiente, lavarnos la cara sin jabón, en el agua sucia, y secarnos con la chaqueta. Debemos dar betún a los zapatos no porque lo diga el reglamento sino por dignidad y por limpieza. Debemos andar derechos, sin arrastrar los zuecos, no ya en acatamiento de la disciplina prusiana sino para seguir vivos, para no empezar a morir.
Estas cosas me dijo Steinlauf, hombre de buena voluntad: cosas extrañas para mi oído desacostumbrado, entendidas y aceptadas sólo en parte, y mitigadas por una doctrina más fácil, dúctil y blanda, la que hace siglos que se respira más acá de los Alpes y según la cual, entre otras cosas, no hay vanidad mayor que esforzarse en tragarse enteros los sistemas morales elaborados por los demás, bajo otros cielos. No, la prudencia y la virtud de Steinlauf, ciertamente buenas para él, no me bastan. Frente a este complicado mundo inferior mis ideas están confusas: ¿será realmente necesario establecer un sistema y practicarlo? ¿No será más saludable tomar conciencia de no tener sistema? [...]
El Ka–Be [Krankenbau, la enfermería] es el Lager sin las incomodidades materiales. Por eso, al que todavía le queda un germen de conciencia, allí la recupera; porque durante las larguísimas jornadas ya vacías se habla de otra cosa que de hambre y de trabajo, y llegamos a reflexionar en qué hemos sido convertidos, cuánto nos han quitado, qué es esta vida. En este Ka–Be, paréntesis de relativa paz, hemos aprendido que nuestra personalidad es frágil, que está mucho más en peligro que nuestra vida; y que los sabios antiguos, en lugar de advertirnos «acordáos de que tenéis que morir» mejor habrían hecho en recordarnos este peligro mayor que nos amenaza. Si desde el interior del campo algún mensaje hubiese podido dirigirse a los hombres libres, habría sido éste: no hagáis nunca lo que nos están haciendo aquí.
Si esto es un hombre, Primo Levi
No entiendo, en este contexto, en qué puede consistir esa vanidad. ¿El orgullo o la presunción de aceptar sin cuestionamiento, sin someterlo a juicio propio, un sistema de valores no autónomo, un sistema de valores ajeno? ¿A qué sistema de valores se refiere? Igual la respuesta está en este otro texto:
¿Y de verdad era tan vanidosa y malvada como para convertirse en una criminal con tal de no quedar en ridículo? […]
Debía estar completamente agotada. No sólo luchaba en el juicio. Luchaba siempre, y había luchado siempre, no para mostrar a los demás de lo que era capaz, sino para ocultarles de qué no era capaz. Una vida cuyos avances eran enérgicas retiradas y cuyas victorias eran derrotas encubiertas.
El lector, Bernhard Schlink. Traducido por Joan Parra Contreras
la razón nos prohíbe la comisión de actos ilícitos, y nadie obedece a la razón. Y aquí me encuentro yo atascado y trabado por las leyes ceremoniosas, que no consienten ni que se hable bien de sí mismo ni tampoco que se hable mal. Por esta vez las dejaremos a un lado. […]
la ignorancia mía es supina; tanto más admiro la seguridad y aplomo que cada cual tiene en sí mismo, y encuentro que casi nada hay que yo crea saber, ni que tenga seguridad de hacer. […]
jamás la filosofía me parece tan razonable como cuando combate y reconoce nuestra presunción y vanidad, cuando de buena fe confiesa la irresolución, debilidad e ignorancia humanas. Paréceme que el ama de cría de las más falsas ideas públicas y particulares es la opinión demasiado ventajosa que el hombre se forma de sí mismo. [...]
Es mi alma toda propia, a sí misma se pertenece por entero y está acostumbrada a obrar a su modo: como que hasta hoy nunca tuve quien me mandara, ni quien me impusiera obligaciones forzosas, caminé siempre como quise y al paso que me plugo; todo lo cual debilitó mi resistencia, me hizo inútil para el servicio ajeno sólo apto para el propio. […]
Yo no he tenido necesidad sino de la capacidad de contentarme a mí mismo, la cual es, sin embargo, bien considerada, igualmente difícil en cualquiera condición, y generalmente vemos que se encuentra todavía más fácilmente en la escasez que en la abundancia; y la razón quizás sea que conforme al desarrollo de la otras pasiones, el hambre de riquezas se ve más aguzada por el disfrute de las mismas que en la escasez, y porque la virtud de la moderación es más rara que la de la paciencia: yo no he tenido necesidad distinta a la de gozar dulcemente de los bienes que Dios por su liberalidad puso entre mis manos. Ni he gustado ninguna suerte de trabajo ingrato; apenas he manejado otros negocios que los míos, o si los manejé fue con la condición de emplearme en ellos cuando quise y como quise, encargado por gentes que se fiaban en mí, que no me metían prisa, y que me conocían; los peritos alcanzan provecho para servirse hasta de un caballo indócil e indómito.
De la presunción, Ensayos, Michel de Montaigne
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