miércoles, 20 de mayo de 2015

There is no substitute for brain





Carta de Antón Chéjov a su hermano mayor Nikolai, Moscú, 1886
Música leída, Antonio Muñoz Molina

Moscú, 1886

¡A menudo te me quejas de que la gente no te entiende! Goethe y Newton no se quejaban de eso… Sólo Jesucristo se quejó, pero él estaba hablando de Su doctrina y no de Sí mismo. La gente te entiende perfectamente. Y si tú no te entiendes a ti mismo, no es culpa de nadie.
Te aseguro, como hermano y como amigo, que te entiendo y te aprecio con todo mi corazón. Conozco tus grandes cualidades como conozco la palma de mi mano. Las valoro y las respeto profundamente. Si quieres, para demostrar cuánto te entiendo, puedo enumerar todas esas virtudes. Pienso que eres amable hasta extremos de blandura, magnánimo, generoso, listo para compartir tu último centavo; no sientes ni envidia ni odio; eres sencillo de corazón; tienes piedad por los hombres y por los animales; eres confiado, sin resentimiento ni malevolencia y no eres rencoroso. Tienes un don del que otra gente carece: tienes talento. Ese talento te sitúa por encima de millones de hombres, porque en la tierra sólo uno entre dos millones es un artista. Tu talento te distingue de los otros: si tú fueras un sapo o una tarántula, incluso entonces, todo te sería perdonado.
sólo tienes un fallo, y lo falso de tu posición, tu infelicidad y tus problemas intestinales son debidas a él. Se trata de tu extremada falta de cultura. Perdóname, por favor, pero “veritas magis amicitiae”… Verás, la vida pone sus condiciones.
Para sentirte bien entre gente educada, estar como en casa y feliz entre ella, uno debe ser cultivado en cierta manera. El talento te ha introducido en ese círculo, tú perteneces a él, pero… estás siendo apartado. Y es que las personas cultivadas satisfacen, en mi opinión, las siguientes condiciones:
1. Respetan la personalidad ajena, y además son siempre amables, gentiles, educados, y listos para ceder ante los otros. No montan un escándalo porque una herramienta se haya perdido; si viven con alguien no lo entienden como un favor que hacen, y no andan diciendo, ¡nadie puede vivir contigo! Disculpan el ruido y el frío y la carne seca y la presencia de extraños en sus casas.
2. No sólo tienen simpatía por los mendigos y los gatos. Su corazón se duele también por lo que su ojo no ve. Se levantan de noche para ayudar, para pagar la universidad de sus hermanos, y para comprar ropas a sus madres.
3. Respetan la propiedad ajena, y pagan sus deudas.
4. Son sinceros, y temen a la mentira como al fuego. No mienten ni tan siquiera en pequeñas cosas. Una mentira insulta al que la escucha y le pone en una posición humillante a los ojos de quien la cuenta. No fingen, se comportan en la calle como en casa, no presumen ante sus camaradas más humildes. No son dados a la charlatanería, ni fuerzan a los otros a escuchar confidencias no deseadas. Por respeto a los demás a menudo mantienen silencio en vez de hablar.


5. No se desprecian a sí mismos para despertar compasión. No manipulan los corazones de otras personas para sacarles algo. No dicen, soy un incomprendido, o me he convertido en alguien de segunda fila, porque todo eso tiene un efecto barato, es vulgar, falso…
6. No tienen una vanidad hinchada. No les importan esas ridiculeces como conocer a gente famosa, o estrechar la mano al borracho P. Si ganan un poco de dinero no lo malgastan como si hubieran hecho cientos de rublos.
7. No presumen de entrar en lugares donde otros no son admitidos. El talento verdadero se mantiene siempre oculto entre la multitud, y tan lejos como sea posible de la publicidad. Incluso Krylov ha dicho que un barril vacío puede tener más eco que uno lleno.
8. Si tienen talento lo cuidan. Sacrifican a ese talento el descanso, las mujeres, el vino, la vanidad… Están orgullosos de ese talento. Además, son cuidadosos.
9. Desarrollan un sentido de la austeridad. No pueden irse a dormir con la ropa puesta, ver cucarachas por las paredes, respirar aire viciado, caminar sobre el suelo que se ha escupido, cocinar sobre una estufa aceitosa. Buscan tanto como sea posible contener y ennoblecer el instinto sexual. Lo que quieren en una mujer no es solamente una compañera de cama… No buscan esa agudeza que se manifiesta en la mentira continua. Quieren, especialmente si son artistas, frescura, elegancia, humanidad, la capacidad de una mujer para ser madre… No beben vodka a cualquier hora de la noche y del día, no olfatean en las alacenas porque no son cerdos. Beben solamente cuando están de recreo, en ocasiones. Defienden una mens sana in corpore sano.
Y todo eso. Así es como es la gente cultivada. Para ser cultivado y no estar por debajo del nivel de tus semejantes no sólo es necesario haber leído The Pickwick Papers y haberse aprendido el monólogo de Fausto. Lo que se necesita es trabajo constante, día y noche, lectura continuada, estudio, voluntad… Toda hora del día es preciosa para ello.
Vuelve a nosotros, estampa la botella de vodka, túmbate y lee… a Turgenev, si quieres, a quien no has leído. Tienes que renunciar a tu vanidad, no eres un niño… pronto tendrás treinta años. ¡Este es el momento! Yo lo espero. Todos lo esperamos de ti.



Hoy se discutiría esa virtud de la capacidad de una mujer para ser madre, como si se tratase de algo exclusivamente femenino. Todo eso del instinto maternal es muy discutible. Creo que es una capacidad que todos compartimos, indistintamente del género, la capacidad de educar y de hacernos responsables de un niño o de un adulto que ya no puede valerse por sí mismo.




Leo la vida de Miles Davis y cada pocas páginas detengo la lectura para buscar un disco en Spotify, una grabación precisa. La lectura está iluminada por la música igual que una película por su banda sonora. Leo páginas espléndidas sobre los primeros tiempos de Miles Davis en Nueva York, con 18 años, recién llegado de San Luis y de la protección algo opresiva de su familia de clase media pudiente. Había venido para formarse como músico clásico en la Juilliard School, pero lo que quería era subir cuanto antes a Harlem o bajar a la Calle 52 para encontrarse a los jazzmen. Recordaba que iba en tal estado de fervor y expectación por la ciudad que a veces caminaba bajo la lluvia sin darse cuenta. Entraba en los clubes buscando a Charlie Parker. Desde la calle oía la música según se acercaba y estaba seguro de que reconocería el saxo alto de Parker en cuanto lo escuchara. Se hace difícil comprender lo jóvenes que eran. Charlie Parker, el maestro, el héroe, la sombra agrandada por la gloria que el Miles adolescente buscaba de día y de noche, tenía solo seis años más que él, 24 en el año en que por fin se encontraron en Nueva York.
Leo y las palabras impresas suscitan imágenes en parte recobradas de documentales antiguos, en parte nacidas del puro impulso verbal. Pero quién puede resistir la tentación de buscar en Spotify los discos de Charlie Parker en los que se escucha por primera vez a Miles Davis, inseguro todavía, aunque no demasiado, ya esbozando su manera limpia de tocar en medio de los sobresaltos acrobáticos del bebop, la pureza de tono que había aprendido con la disciplina clásica, aunque por entonces ya había abandonado la Juilliard School, en parte por impaciencia de sumergirse en el fervor y la libertad y el peligro del jazz, en parte porque sabía que, siendo negro, sus posibilidades de encontrar trabajo en una orquesta sinfónica eran inexistentes.
Escucho con otra atención estos discos que conozco bien: ahora no busco en ellos, como otras veces, el resplandor evidente de Charlie Parker, sino esa trompeta que aparece y desaparece, y a través de esa sigo el rastro de la vida que me cuenta el libro. A diferencia de todos los músicos con los que ahora se relacionaba, Miles Davis venía de una vida de comodidad y privilegio, aunque es probable que lo disimulara ante ellos, y por eso adoptó en seguida los gestos más radicales, las actitudes de desafío, la jerga de la noche, las gafas oscuras en la penumbra de los clubes; también por eso no tardó casi nada en adquirir el hábito que certificaba la pertenencia a aquella sociedad casi secreta que formaban los jazzmen, la heroína.
Pero no es la droga lo que hace a un gran músico, a pesar de tantas historias novelescas de malditismo. Lo que hace a un músico es el talento alimentado y disciplinado por el estudio de la música. A Miles Davis le parecía un insulto que se dijera que un negro, por serlo, estaba más capacitado para tocar jazz. Uno de los méritos del libro de Szweb es resaltar esa obsesión de aprendizaje, estudio, perfeccionamiento, ruptura, que rigió la vida de Davis por encima de cualquier distracción, de cualquier extravío. Se reunía con Bill Evans hacia la mitad de los años cincuenta y escuchaban durante horas los dos conciertos de piano de Ravel, tan influidos por el jazz. Inmediatamente busco en Spotify una grabación que me gusta mucho, Alicia de Larrocha y Leonard Slatkin con la Sinfónica de Boston. Ahora me doy cuenta con más claridad de que esa rareza armónica que flota como una niebla ligera sobre los tiempos lentos de Ravel se ha transmitido a la trompeta de Miles Davis, no solo a la manera de tocar el piano de Bill Evans.


Este es un tema importante en Como la sombra que se va. Esa misma afirmación vale para cualquier artista y podría aplicarse al propio Muñoz Molina. Talento disciplinado y obsesión de aprendizaje y superación. Y ése es el mensaje de Chéjov. El talento sin disciplina y trabajo es casi nada. Como despreciar o malograr de antemano una fuente de riqueza.
Leo escuchando y escucho leyendo. Leo con la música que está en el libro y escucho con la atención afilada por la lectura. Kind of Blue es una cima insuperable de la música de jazz, de la música, pero uno admira todavía más su categoría prodigiosa cuando comprueba la rapidez con que se grabó, en unos días, en un estudio instalado en la nave de una iglesia desierta, a partir de unos cuantos apuntes esbozados por Davis en hojas sueltas de papel, en reversos de sobres. La amplitud espacial que irradia la grabación es la de esos interiores de iglesia, y es también una propiedad que tuvo casi desde el principio la imaginación musical de Miles Davis: como la de dibujar con muy pocas líneas en anchas hojas de papel, haciendo consciente al oído de cada nota tocada y del silencio que la rodea, sin necesidad de llenarlo todo de sonido. No hay disco de jazz tan popular como Kind of Blue, pero lo que Davis había venido haciendo en los años anteriores y lo que hizo después forma una corriente incomparable que se percibe mucho mejor cuando se siguen los discos, uno por uno, en orden cronológico, en su abrumadora progresión, hasta el gran salto de los años sesenta. Lo que para cualquier otro habría sido una culminación, para Miles Davis era un episodio, un punto de partida.


En esto consiste el desarrollo de una capacidad. La capacidad está latente y se esboza desde el inicio pero hay que amplificarla, trabajar en ella, no conformarse con lo que uno ha conseguido, no envanecerse y no repetirse. Hay que arriesgarse y buscar la originalidad. La voz propia.
Interrumpo la lectura, salgo a la calle, pero la música no cesa. En los auriculares del iphone escucho Seven Steps to Heaven. Nadie ha tocado ni cantado I Fall in Love Too Easily como Miles Davis en ese disco. Música y palabras son lo mismo: en el sonido de la trompeta están las inflexiones exactas de poesía de la letra.
Música leída, Antonio Muñoz Molina
 

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