viernes, 9 de enero de 2015

Straight, No Chaser




Entrevista a Antonio Muñoz Molina, por R. Pérez Barredo [La Tribuna de Toledo, 22 de diciembre de 2014]
Entrevista a Juan Marsé, por Borja Hermoso [El País, 8 de enero de 2015]

Entrevista a Antonio Muñoz Molina por Alejandro V. García [Mercurio, enero 2015]



Intelectual de referencia, autor moral y uno de los grandes novelistas contemporáneos, Antonio Muñoz Molina (Úbeda, 1956) presentó en Toledo su última novela, Como la sombra que se va (Seix Barral), donde narra la huida del asesino de Luther King a la vez que explora en su intimidad.
Regresa a Lisboa muchos años después de su primera visita, que resultó esencial para terminar la novela que le procuró prestigio y fama, y se da cuenta de que ahí tiene otra novela.
¿Una historia surge de manera tan irracional?
Una historia siempre surge así. En el corazón de una novela, en el arranque, siempre hay una iluminación de ese tipo, una ocurrencia, una rareza. Es más: cuando empiezas a proyectar una novela de manera racional no sueles llegar muy lejos. En ese aspecto la novela se parece a la poesía, que tiene un arranque caprichoso.


AMM sostiene que la novela no la decides, aparece.
Uno no elige la novela que va a escribir, viene, se le impone. 
Uno tiene que sentir que el libro lo lleva, que fluye, que no controla del todo hacia dónde va el proceso de creación. Simplemente las cosas van saliendo mientras escribe. 
Y, mientras ese momento de iluminación llega, la actitud es de disposición de espera.
La iluminación te llega mientras estás trabajando en otra cosa, o en un descanso mientras realizas un trabajo manual. 

Pese a que es el relato central, da la impresión de que la historia de Earl Ray es secundaria. Que es usted el protagonista de principio a fin. Que es la novela de la vida de un novelista y del novelista que expone su proceso creativo.

Es una cosa que depende mucho del lector. La novela tiene una estructura muy abierta. Hay, como dices, muchas cosas, mucha gente, un par de hilos fundamentales... Pero creo que depende mucho de la propia percepción del lector. Para mí las dos cosas sin igualmente importantes y la una no tiene pleno sentido sin la otra.
Earl Ray y usted comparten algo: salvando las distancias, ambos están huyendo.

Sí, hay una huida metafórica y otra policial. Entre una y otra hay una gran diferencia. Lo que hay es algo en lo que cualquiera se puede reconocer: la sensación de extrañamiento que tenemos las personas a veces por diversos motivos; la sensación de que somos huéspedes de nuestra propia vida, que somos extranjeros en el mundo, en las circunstancias que nos ha tocado vivir. Es muy raro que haya un ajuste pleno entre una persona y sus sentimientos más íntimos y las condiciones de su propia vida. Siempre hay como un filo de extrañamiento que puede agrandarse o disminuir. Y por eso yo creo que es fácil que surja una empatía inmediata y completamente irracional hacia cualquiera que parece que está huyendo o está perdido, porque en el fondo es algo que forma parte muy íntimamente de la condición humana.

Metiéndose en la piel del asesino de Luther King ¿llega a sentir compasión por él?

Sí, yo creo que todo el mundo merece compasión. Compasión no quiere decir tolerancia. Si tú te ves a ti mismo o piensas en alguna persona que quieres viviendo en esas circunstancias o ante ese horizonte tan hostil ¿quién no va a sentir compasión? Es algo comprensible.

¿Cuánto hay de expiación, de redención personal en esta obra?
Hay un examen de conciencia, un reconocimiento cuidadoso de los propios errores, o más que los errores, de esa mirada hacia esa dificultad que muchas veces tenemos las personas para ver lo que realmente tenemos delante de nosotros, para hacernos responsables de nuestros propios actos. Hay, desde luego, una necesidad (que fue surgiendo mientras escribía el libro) de claridad, de hacer cuentas, de mirar lo que uno ha sido. ¿Quién no siente remordimientos cuando ha actuado sin consideración, atolondradamente, y otras personas han pagado el precio?

Se desnuda con abrumadora honestidad. ¿Le atormentó hacerlo? ¿Se sintió luego liberado?
Fue un proceso muy gradual. No tenía previsto ser tan confesional ni tan concreto. Iba llegando y era como dar un paso hacia adentro. Había incertidumbre pero había también en mí la conciencia de que, para que el libro fuera lo mejor posible, tenía que haber una integridad personal en el relato. Hacer un autorretrato honrado, no idealizado.

Esa mirada al pasado, esa proyección que hace de usted mismo puede parecer cruel, dura. Sin embargo, también destila piedad.

La palabra piedad está bien. No tiene buena prensa. Pero las personas necesitamos piedad. Hay una parte de nosotros que es tan frágil, tan insuficiente... La vida es cortísima y tienes que aprender muchas cosas. Hay una precariedad muy grande en todo lo que uno es.


piedad: Virtud que inspira, por el amor a Dios, tierna devoción a las cosas santas, y, por el amor al prójimo, actos de amor y compasión.

Entrevera ficción y realidad, pero deja claros los límites...

Necesitamos información fehaciente sobre la realidad; saber cuál es el estatuto de las cosas que nos están contando. En una novela hay muchos elementos de ficción y muchos de realidad mezclados, manipulados. Es el reino de la libertad. Pero cuando cuentas no ficción, ahí no hay bromas.

Afirma que la imaginación no se alimenta de lo inventado, sino de lo sucedido.

Eso es algo antiguo. Parece que hay cosas de ahora que son nuevas, originales, pero no es verdad. Muchos autores han hecho pasar la ficción por no ficción. El Lazarillo de Tormes está presentado no como una ficción sino como un relato verdadero. O Robinson Crusoe, que cuando se publicó se hizo pasar por un relato de no ficción. Lo que tenemos que ser conscientes es de que la narración de lo no real bien contada puede tener una fuerza narrativa, de fábula, que puede ser superior a la de la invención. La pura invención no existe. La fantasía no sólo no me gusta sino que me produce rechazo. Las posibilidades maravillosas de lo real son tan grandes que la fantasía me parece una tontería.

¿Las armas de la ficción sirven para explicar mejor la realidad?

A veces sí. El escritor tiene que saber en qué momento lo que tiene que contar es mejor con la forma de ficción que de no ficción. Por ejemplo, yo escribí un libro de no ficción que es Ardor guerrero, un relato de mi experiencia militar. Pues bien, yo me di cuenta que para contar esa experiencia no podía intervenir en ella la ficción.

Uno de los trasfondos de la obra es el movimiento de los derechos civiles en EEUU. La crisis ha arrasado con muchos derechos en nuestro país. ¿Cómo ve la nueva realidad social y política?

Con curiosidad, interés y, a veces, con alarma. Una cosa que me atrajo del movimiento de los derechos civiles es que es un movimiento no violento, profundamente democrático (que se basa en aprovechar cada una de las posibilidades que ofrecen las leyes) y que al mismo tiempo se basa en la movilización para cambiarlas. Cuando veo que se quiere hacer como tabla rasa de las cosas... Hay que saber qué se quiere cambiar. Y cómo. Por eso aquel movimiento siempre me pareció ejemplar, porque además combinaba muy bien la ambición de cambio sustancial de la sociedad y las relaciones humanas en el sentido de la igualdad y la justicia, y una capacidad muy alta de proponerse siempre objetivos muy concretos. La política tiene que ser lo más concreta posible.

¿Cree que España está al borde de algo radicalmente nuevo?

No lo sé. Pero espero que no. Espero que las cosas buenas que hemos conquistado en mucho tiempo, algunas de las cuales estamos a punto de perder, no se pierdan. Por supuesto que hay cosas que mejorar y que cambiar, pero tenemos que tener muy claro qué es lo que funciona y lo que no.

¿La distancia de residir en Nueva York le permite un análisis menos contaminado?

Tener la experiencia cotidiana de otra cultura es útil sobre todo para comparar cosas y ponerlas en su sitio. A mí me ha servido mucho para valorar las cosas que tenemos en España y que a veces no apreciamos o no agradecemos, quizás porque aquí no se ha creado una cultura democrática de la responsabilidad. Se ha preferido cultivar una cultura del clientelismo, de la dependencia. El aprecio por esos valores democráticos y de justicia social europeos son mucho más fuertes en mí porque paso una parte de mi vida donde no existen, donde algo que para nosotros es natural y se da por supuesto, como la sanidad universal, sería casi imposible de lograr en EEUU.

Denuncia que en España se abomina de la intelectualidad y el conocimiento. ¿Tanto miedo da?

Es un país que ha estado muy dominado por clases dirigentes brutales. Grupos que necesitaban, como elemento de su dominación, la ignorancia y la subordinación de la ciudadanía. Parásitos, una Iglesia católica intolerante... El conocimiento y el mérito no han sido casi nunca valorados. Y eso es algo de suicidas, porque es lo que permite que un país pueda desarrollarse.
Entrevista a Antonio Muñoz Molina, por R. Pérez Barredo [La Tribuna de Toledo, 22 de diciembre de 2014]


Llega un periodista a casa de Juan Marsé para una de las cosas que probablemente menos le gustan a Juan Marsé: hablar de sí mismo, de por qué y cómo y para qué escribe y, en general, de sus cosas. Pero quizá porque la entrevista no es promocional, o quizá porque un sol templadito proyecta optimista bonanza sobre los balcones a los que da su casa del centro de Barcelona, o vaya usted a saber por qué, la charla va cayendo torrencial. El escritor celebra hoy su 82 cumpleaños.
Pregunta. ¿No se habla demasiado en este país?
Respuesta. Ah, yo estoy totalmente de acuerdo con esto.
P. ¿Dónde sitúa usted la frontera entre el habla y el ruido?
R. En este país hay ruido, sí, se casca demasiado y se grita demasiado. Y los medios de comunicación son tan poderosos y omnipresentes que el ciudadano nunca había estado tan informado, al minuto y de forma reiterativa.


Discrepo. No es información lo que se ofrece. Muy de acuerdo en lo demás.

P. Ese “tan” al que alude no suena muy positivo...
R. Es tremendo. La enorme proliferación de tertulias políticas suplanta lo que debería ser un debate serio en las Cortes. Un espectáculo tremendo. Y ese es el ruido.


Sí, no hay debate. Debatir, discutir es examinar atenta y particularmente una materia. También, contender y alegar razones contra el parecer de alguien.
Lo que se hace es opinar.

P. ¿Por qué pasa esto?
R. La libertad informativa está muy bien, pero no sé dónde está el límite, no sé cómo se resuelve eso. La gente está atiborrada de información, y la mayoría no sabe qué hacer con ella.


Matizaría que lo que nos llega es propaganda. Lo que llega es el ruido de la televisión, de la radio y de la prensa.

P. Pero, ¿no le parece que el nivel mediático y el de la calle, digamos el de cafetería, comparten un escaso interés por aprehender lo que dice el otro?
R. Sí, pero ese es el defecto nacional. No se atiende. La solución está, si la hay, en la educación, como en tantas otras cosas. 

Estamos de acuerdo en que el problema de base es la educación. Sí hay interés por aprender y por aprehender. Pero también hay un interés poderoso que viene desde arriba por mantener en la ignorancia, un interés de ocultamiento y de manipulación. Porque es mucho más fácil manejar y convencer a personas ignorantes que a personas críticas.

P. Ahí ya metemos el dedo en el ojo tuerto de este país: el sistema educativo. ¿Cómo lo ve?
R. No me gusta pensar que este defecto es genético, que los españoles somos así. Pero uno identifica muy fácilmente al enemigo en términos de “el que no piensa como yo, es contrario a mí”.

Confundiendo adversarios con enemigos. ¿Y por qué habría de ser siempre así?. Muy acertado negar el esencialismo.

P. En el tema de la educación, ¿qué cree que tiene que hacerse?
R. Incrementar el conocimiento de los valores cívicos, vamos, lo que cuando yo era un chaval llamaban urbanidad: cuál ha de ser la relación que mantengo conmigo mismo, y cuál debe ser mi relación con los demás. Pero estas cosas ya no están de moda. España es un país de cabreros, joder.

Me cae muy bien Marsé pero me sobra la última frase. Incrementar el conocimiento. Yo lo habría dejado así. Educación y conocimiento. La ética ya va incluida.

P. ¿Es un país en el que se llama con demasiada facilidad “inútiles” a cosas realmente útiles? Por ejemplo la cultura, en sentido amplio.
R. Sí, pero eso si no se le inculca a la gente de joven… Cultura es saber comportarse, tomarte una cerveza con tu vecino y charlar con él. Entender tu relación con los demás y la de los demás contigo.

Sí, cultura es eso también, pero no sólo eso. Cultura en el sentido de "saber comportarse" es urbanidad, es ética. 

P. ¿Influyen esos valores en cómo se escribe o al revés, es mejor obviarlos? Novela hecha con el intelecto, o novela hecha con las tripas…
R. Claro. Se suele hablar de un don, el don del talento para crear. Pero también se necesita cierto talento literario para leer. Incluso para leer a Verne, para no ponernos serios. Tiene que ver con la cultura, pero también con la sensibilidad… y eso se tiene o no se tiene.


¡Vaya pregunta! Pero la sensibilidad se educa. Y no es sólo una cuestión de talento. Siempre se habla del talento pero casi nunca del trabajo. Escribir una novela es trabajar en ella. Y de eso, de la disciplina del trabajo, Marsé sabe un rato. 

P. Volvamos a la prensa. En su primera novela, Encerrados con un solo juguete, de 1960, escribe esta frase: “Qué tontería: ¿tenía algo que ver con la vida lo que llevaban los periódicos?”. ¿Tiene alguna vigencia hoy esa frase?
R. Esa novela se escribió en plena dictadura franquista, y yo era consciente de lo que había, y lo trasladé a los personajes. Había censura, en la prensa y en todo. Lo que traían los periódicos sobre la vida nacional estaba filtrado. Todos traían lo mismo, La Vanguardia, el Ya, el Abc, La Prensa, El Diario de Barcelona… La prensa no reflejaba la realidad nacional, eso lo sabía todo Dios. Pero hoy esa frase no la diría un personaje mío. Aparte de esto, yo soy un lector de periódicos vicioso. Cuando escribía Si te dicen que caí me pasaba horas y horas en la hemeroteca de la Casa L’Ardiaca, ojeando la prensa de los años cuarenta y disfrutaba como un loco. Y ahí, no sé cómo decirle, me lo creía todo. Es como que, para que una noticia me la crea de verdad, tiene que pasar tiempo. De lo que leo en el periódico que acaba de pasar siempre tengo mis dudas.
P. El paso del tiempo. Lo cambia todo, ¿no?
R. Bueno, aquí ahora te encuentras cosas tan ridículas como ciertos historiadores catalanes que están revisando las relaciones con España y están reinventando, contando mentiras. Algunos pretenden que Santa Teresa de Ávila era catalana. En contrapartida yo estoy descubriendo, y va a ser un disgusto para ellos, que Xavier Cugat era murciano. Quiero decírselo al conseller de Cultura, Ferran Mascarell. Y el famoso torero Mario Cabré tampoco era catalán, era andaluz. Ya de chaval, había quien decía en el barrio que Walt Disney era catalán.
P. La censura franquista acabó hace casi 40 años. Hoy sin duda subsisten otras, económicas, políticas, la razón de Estado, la lógica de empresa… Usted escribió Si te dicen que caí consciente de que no sería editada en la España de Franco, como así fue (lo fue en México). Pero, ¿se arrepiente de haberse automutilado, de haberse autocensurado alguna vez?
R. Sí, sí, sí… soy consciente de eso, claro. En Encerrados con un solo juguete me corté, está claro. No por cuestiones de orden estrictamente político —porque nunca me gustó que de una forma explícita hubiera en mis libros tufos políticos, quiero decir, mensajes—, sino más bien de orden sexual-erótico. En La oscura historia de la prima Montse, que es una historia de la influencia de la educación católica en una muchacha, también me frené. Por eso luego lo tuve tan claro en Si te dicen que caí.
P. ¿Molesta la realidad para escribir ficción? ¿Vive pertrechado frente a la realidad cuando está metido en una novela, o es al revés, necesita lo real como motor?
R. Fatalmente quiero saber todo y fatalmente lo vivo al minuto. Otra cosa es que procuro que la realidad no interfiera en mi trabajo. La intelectualidad me interrumpe el trabajo. Y la rabiosa actualidad me incordia. Pero no puedo prescindir de ella. Si no leo la prensa, el día no empieza bien para mí. Y además la prensa de papel, lo siento pero… de papel. No puedo hacer nada por evitar todo lo que está pasando en los últimos tiempos, que si el corrupto de cada día... Así que al final no hago más que encabronarme, es una especie de tortura. Además, soy un escritor fatalmente realista, no puedo prescindir de la realidad, otra cosa es que luego la enmascare.


Aquí parece que hay contradicción: Procuro que la realidad no interfiera en mi trabajo. Se refiere a que no deja que la actualidad o la moda o el tema del día se inmiscuyan en su trabajo, le marquen la pauta, le estropeen la jornada.
Al mismo tiempo, no puede prescindir de la realidad porque es la materia de su literatura. No puede dejar de estar informado y de indignarse con las noticias de cada día.
Por otro lado, esa declaración “No puedo hacer nada por evitar todo lo que está pasando…”. Sí que hace algo y lo hace muy bien, además: contar las cosas como son o como han sido. No hay mejor manera de desenmascarar las mentiras. 
Cuando dice que enmascara la realidad se refiere a que utiliza la ficción para contar la verdad, las cosas como son. 


P. Ya hace mucho que se acuñó el concepto realidad virtual. ¿No opina que casi todo va siendo ya virtual, que lo digital, lo descargable, lo que está pero no puede tocarse ya ha ganado la batalla y ha sustituido a lo tangible, lo palpable, lo que se huele?
R. Es imparable. Pienso que tiene que producirse una depuración de cosas superfluas. Probablemente de eso se ocupará el tiempo, no lo sé, pero el avance tecnológico, ese no lo para ni Dios. Aunque no soy pesimista del todo. Creo que el libro de papel seguirá existiendo, y lo mismo los periódicos de papel, puede que más reducidos. Me resisto a pensar que pueda desaparecer el papel. Mis nietos se ríen. Pero lo más grave es que la tecnología esté matando formas de belleza. El cine, por ejemplo, no es lo que era, la tecnología lo ha matado, es puro tebeo. El cine como una buena idea, un buen guion, unos diálogos... está desapareciendo.


¿Así es como habla Marsé? ¿Utiliza de verdad estas expresiones? ¿No es exagerado decir que la tecnología está matando formas de belleza? La tecnología no es la causa de que no se hagan buenas películas.
Yo le preguntaría a qué se refiere. Qué formas de belleza están desapareciendo por el uso de la tecnología. 

P. Más realidad, mejor dicho, actualidad. ¿Cómo vive la irrupción y auge de Podemos?
R. Ya se ha demostrado que todo está por hacer en este país. Y entonces ha venido Podemos. A mí me parece ya muy positivo el revuelo que han montado, han removido el asunto y todos los demás están acojonados. Han dicho: “A ver, hay que hacer algo, hemos estado durmiendo en la paja y todo iba cojonudo, pero además de expoliar a todo Dios y robar a mansalva, resulta que ahora tenemos que hacer política”.

No todo está por hacer. Armar revuelo no es lo que persigue Podemos y no es un signo positivo. Podría derivar en algo muy negativo. ¿Qué asunto han removido? ¿A qué se refiere?
Creo que se refiere a las denuncias de los casos de corrupción política. 
Ya no es sólo cuestión de bi-partidismo PP-PSOE. En ese sentido, lo ve como algo positivo. 

P. ¿No cree que, así en general, es bueno que la gente se ponga las pilas? Mejor tarde que nunca...
R. Mire los socialistas. Están con el agua al cuello. Y se les ocurren ya cosas que tenían dormidas desde hace siglos, como su relación con la iglesia católica de este país. O sea, todo lo que tenían en el programa aparcado por temor a perder votos —como lo de la iglesia— ahora lo empiezan a mover. No lo movió ni Felipe González, ni Zapatero… pues ahora que se den prisa, porque...


Es crítico con los gobiernos de izquierdas. Y lleva razón en lo que dice. 
La iglesia católica sigue teniendo una posición de privilegio en nuestro país, una influencia enorme en las cuestiones de educación. Sólo hay que ver las denuncias de las Plataformas laicistas.

P. Para votantes fieles de un partido tradicional debe de ser incómodo comprobar por qué motivaciones reales se mueven a veces sus líderes…
R. Trágico. Aquí mismo, en Cataluña, están pasando unas cosas muy divertidas… que un partido como Esquerra Republicana, un partido que se dice de izquierdas, se alíe con la derecha, con la carcundia que es Convergència… y pretenda seguir haciéndose pasar por un partido de izquierdas. O Iniciativa per Catalunya, los antiguos comunistas, ¡el partido de los trabajadores! ¿En qué se ha convertido? Están acojonados. ¿Vio la comparecencia de Pujol, en la que echó la bronca a todos los políticos que estaban ahí?
P. La vi, un sainete.
R. Cuando arremetió contra todos ellos con aquel tremendo numerito de arrogancia política se tenían que haber levantado y haberle dicho: “Aquí se queda usted con su discurso de mierda”. Y en vez de eso, aguantaron y cuando todo terminó hubo casi un besamanos que recordaba a algunas escenas de El Padrino. Fue una cosa vergonzosa.
P. ¿Cómo ha vivido, como barcelonés y catalán, la ascendencia y caída de Pujol?
R. Para los que nunca comulgamos con las ruedas de molino del pujolismo, ninguna sorpresa. Nunca fue santo de mi devoción. Y ahora pienso en el catalán patriota, pujolista, nacionalista y de derecha, que se ha hecho la siguiente composición: “Ya no creemos en este hombre, porque en vez de ser fuerte, fue débil y se dejó llevar por la ambición, pero lo que levantó y lo que encarnó sigue vigente”. Claro, es que es un sentimiento, una emoción, eso del nacionalismo, y por lo tanto está por encima de las personas. Cuando la persona ya no sirve, la apartan pero se queda el ideal.
P. Hacer creer a la gente que el nacionalismo no es sólo un vehículo emotivo sino un sistema ideológico como el socialismo, el marxismo o el fascismo, y convertirlo en arma electoral para asaltar el poder: una falacia, ¿no?
R. El delirio identitario, la reafirmación de que yo soy esto y los demás no lo son: eso es el nacionalismo, una cosa irracional que no concibo. Como soy hijo adoptivo, el asunto identitario para mí es muy secundario. Ahora Josep Maria Cuenca se ha empeñado en escribir mi biografía y...

Buena ironía. Qué me va a importar a mí el asunto identitario…

P. Cuente, cuente…
R. Ha indagado sobre mis padres biológicos, pero a mí esto nunca me ha interesado mucho. Para mí, mis padres hasta el final fueron quienes me adoptaron. Pero bueno, Cuenca me ha hecho ver cosas que no sabía, algunas de ellas interesantes. Por ejemplo, en mis ancestros biológicos hemos descubierto que tengo orígenes… chinos. O sea, que soy un catalán con alma medio charnega medio china.


Ya no sé si habla en serio o no.

P. Por cierto, ¿queda algo del viejo charnego, materializado en el Pijoaparte de Últimas tardes con Teresa?
R. Muy poco, es un término que ya casi no se oye… la época de las grandes oleadas migratorias del sur acabó. Ahora el charnego es el magrebí. O el paquistaní. O el chino. La Rambla del Raval es árabe. Son ellos quienes pugnan hoy por hacerse un sitio en la sociedad catalana.
P. Viviendo en un país en el que, como España, nadie dimite nunca por nada, ¿no dan como ganas de dimitir de todo?
R. Pero hay que batallar para defender un criterio personal y unos intereses, es decir, hay que estar en la brecha. Entregarse, fatal. Y abandonar, ¿cómo? Emigrando, pero a mí se me ha pasado la edad. Con 20 años es probable que me largara de este país.
P. Bueno, de hecho se largó. A París. Se gastó allí la pasta rápidamente, de la peor manera posible… o puede que de la mejor.
R. Tenía 26. Me la gasté, sí, y volví con la idea de regresar. Entonces trabajaba en un taller de joyería y ya había publicado mi primera novela. Aquello fue, es verdad, más que querer ir a París, querer irme de aquí.
P. Bueno, aquel París debía de tener un poder de seducción…
R. A París te ibas soñando no sólo en que podrías ver las películas que aquí no podías ver o comprarte los libros que aquí estaban prohibidos, sino en que podrías ligar más. Era irse de la España de Franco, que era la hostia. Hoy no es lo mismo, hoy se va el que no tiene trabajo. Entonces sí había trabajo en España. Parados no había. El cabrón de Franco les decía a los empresarios: “No vais a tener huelgas, os lo garantizo… pero no me vais a despedir a un solo trabajador”. Y así era.
Entrevista a Juan Marsé, por Borja Hermoso [El País, 8 de enero de 2015]

Antonio Muñoz Molina (Úbeda, Jaén, 1956) ha escrito una novela rara o, si se quiere, original cuyo título, Como la sombra que se va (Seix Barral, 2014), proviene de un salmo que solía repetir en sus sermones el activista de los derechos civiles de los negros Martin Luther King, asesinado en 1968, en el balcón de un motel de Memphis a donde se había asomado a tomar el aire. La estructura circular y perfecta de sus primera novelas se ha convertido en una trama donde convergen la historia de los diez días que permaneció huido en Lisboa el asesino; el viaje que el propio Muñoz Molina hizo en 1987 buscando inspiración para la novela que le lanzó a la fama, El invierno en Lisboa; la revelación de los complejos mecanismos que llevan a un autor a escribir una novela determinada y las implicaciones biográficas y azarosas que trae consigo.

Creo que esto se podría explicar un poco mejor. Resulta algo confuso. 

—James Earl Ray no es en su libro un racista activo y obstinado. Más bien es uno de los miles de americanos que participaban de aquel clima de desprecio de los años sesenta, con Vietnam como fondo. Pudo ser él el asesino o muchos otros. Pero ¿por qué él?
—Cuando ves los documentales de la época, por ejemplo cuando llegaban los autobuses a las estaciones mezclados con blancos y negros o los niños querían entrar en las escuelas y ves la chusma blanca acosándolos, te das cuenta de que cualquiera podía haber sido. Muchos activistas de los derechos civiles fueron asesinados pero es que nadie perseguía a los asesinos, o los soltaban o los absolvían. Ray era tan racista como casi cualquiera. Para él el racismo era el aire que respiraban los blancos pobres, y la clase a la que él pertenecía, lo que llaman allí la basura blanca. Esa clase era la más virulenta. Su situación era tan miserable que solo tenían por debajo a los negros. Y eso le venía muy bien a las élites políticas del sur porque los negros no votaban. Después Ray intentó disimular su pasado, era más racista de lo que parecía, pero disimuló para defenderse. Un hijo de Luther King, creo que en 1996, fue a la cárcel y dijo que prácticamente reconocía su inocencia. Y la viuda, cuando Ray murió, le mandó una carta de pésame a su familia.
—Un magnicida por una concatenación de azares…
—Cuando matan a King su asesinato tiene un impacto tan grande que parece que el crimen debe tener una preparación mayor, pero era muy fácil matarlo. Era un hombre que recibía amenazas de muerte y había gente que ofrecía dinero para asesinarlo en la prensa medio clandestina y racista… Había vigilancia pero no protección. El FBI lo vigilaba para hundirlo. Matar a King era muy fácil. Incluso asesinar a Kennedy no era tan difícil.
—¿Usted descarta la confabulación o es que excedía los límites y la intención de la novela?
—La novela no es un ensayo histórico pero estoy convencido después de leer casi todo lo que se puede leer de que no. Quizá contó con la ayuda de un hermano suyo que era más racista pero no hubo conspiración. De hecho el asesinato estuvo a punto de no pasar. Él disparó a las seis y un minuto; dos minutos más y no puede disparar porque estaba anocheciendo. Cuando se escapó no tenía dinero, estaba en Lisboa pero no podía hacer un atraco sin saber portugués. Ray era un delincuente profesional y tenía secretos, pero yo creo que esos secretos están relacionados con el tráfico de droga. Se ha calculado que gastó unos 10.000 dólares en el año y medio que estuvo huido. Lo que pasa es que uno quiere que haya correspondencia entre los efectos y las causas. La muerte de King tuvo consecuencias enormes e imaginas muchos motivos para su asesinato. Ray era un tipo muy astuto. Pero pongo la mano en el fuego que no hubo confabulación.

¿De dónde sacó Ray todo ese dinero? ¿Recibió alguna ayuda económica?
—¿Cómo se percibe hoy el racismo en Estados Unidos?
—Las cosas han cambiado como de la noche al día. Hubo cambios legales fundamentales. El 90 por ciento no votaba en los estados del Sur; no había integración en las escuelas, el nivel de pobreza era mucho más grande. Pero a raíz de la lucha por los derechos civiles y del coraje del presidente Johnson, gracias a la ley del derecho al voto y la del reconocimiento de los derechos civiles, cambió el país. Hay una clase media negra muy importante, hay negros millonarios en todos lados, pero sigue existiendo un vínculo entre la pobreza y la gente negra. La falta de ascenso social ha traído dos cosas que son terribles: el crecimiento de la desigualdad. Se han perdido muchos trabajos industriales relacionados con la manufactura y al hundirse eso se han hundido las comunidades negras. Igual que es difícil imaginar qué era el racismo entonces es muy difícil imaginar la crueldad del sistema penal, donde casi el 60 por ciento de la población carcelaria son negros.
—Y qué piensa de los casos de racismo en Europa, de los saltos de las vallas, del trato que se da a los provenientes de los países del Este.
—Hay una diferencia. Europa no está sabiendo integrar a la emigración quizá porque hay demasiadas obsesiones identitarias o porque el mercado laboral es más rígido. En Estados Unidos la inmigración se integra mejor que en Europa. Allí puede haber guetos de pobreza de negros o portorriqueños pero de musulmanes no hay. La economía americana, al ser dinámica y tener muchos puestos de trabajo no cualificados, es muy buena para el inmigrante. Mira la profesión de taxista. En una época eran todos indios, después eran paquistaníes o haitianos… Y luego hay una idea de pertenencia más flexible y saludable que la europea. Tú eres de Guatemala y a los cinco años te haces americano y estás con una mano en el corazón y la bandera en la otra. En España se mira eso con condescendencia y se piensa que todos son unos fachas. No, esa bandera significa tu ciudadanía, no la pertenencia a un pueblo que viene de la Edad Media. Es algo práctico que te garantiza unas oportunidades. Eso Europa no ha sabido hacerlo.
—Su novela tiene muchas historias paralelas: la del asesinato; la de Lisboa y su relación literaria de la ciudad; el desvelamiento de los mecanismos secretos que hacen prosperar un relato; los vínculos biográficos que hacen que se escriba un libro. Es relato, ensayo, biografía. ¿No teme abrumar al lector de hoy que solo busca una historia con una estructura fácil y ordinaria?
—Tengo plena confianza en la inteligencia del lector. El lector de literatura es más valiente y en España te diría que de forma acentuada. Para mí era importante no sólo contar la historia de Ray sino el proceso de fascinación por él. La novela surgió de una ocurrencia que tienen que ver con el descubrimiento de esa cosa tan rara de que el asesino de Luther King hubiera estado en Lisboa. Eso es muy raro. Ese proceso y luego el hecho de que surgiera esa resonancia entre mis propios viajes a la ciudad me llevó a reflexionar sobre mi propia historia como escritor y sobre los mecanismos que hacen nacer una historia. ¿Qué hace que surja una historia y no otra, de dónde salen los materiales que se convierten en una novela? Es fascinante porque tiene que ver con los mecanismos de la conciencia humana. La literatura no es un lujo para cuatro enterados sino que tiene que tener un anclaje muy fuerte en la vida del que la hace y del que la lee.
—Se dejaba ir.
—Esa parte inesperada quería contarla porque me parece novelesca. Hace dos años fui a Lisboa a ver a mi hijo Arturo que estaba allí y de pronto caí en la cuenta de que era su cumpleaños y pensé que fui por primera vez a Lisboa cuando ese señor, ahora con barba, era un bebé. ¡Cómo cambia la idea que uno tiene de las historias! Empiezas de joven creyendo que una novela es una construcción perfecta, artificial, el modelo sería la novela policíaca, y cuanto más literario y construido mejor. Y luego pasa el tiempo y te preguntas ¿qué falta hace? En ésta de Ray ¿qué voy a inventar yo que sea mejor que esto? Ves que tu propia vida, eso de los principios y los finales, es un relato desorganizado, en el que ha contado más lo imprevisto que lo previsto. Y además ¿dónde está el final?
—Usted plantea en la novela si alguna vez los lectores hemos pensando qué ocurre con los personajes después del punto final.
—El otro día hablaba de la fotografía. Tú tienes el marco de la foto pero más allá hay otra cosa. Al arte le pedimos que le dé una forma inteligible al mundo porque necesitamos comprender pero al mismo tiempo nos lleva a confundir eso con la realidad. Y eso tiene que ver con la literatura y con la vida. Yo cuento en la novela esa sensación que uno tiene a veces de que tu vida está hecha, para bien y para mal. Y de pronto no está hecha y sigue. Porque además tienes una idea del tiempo muy limitada. En El invierno en Lisboa el modelo de narración era Casablanca. Pensaba que el final del avión era el final por antonomasia y aquí todo ha terminado. Pero luego piensas ¿adónde va ese avión? ¡Va a Lisboa, porque era allí a donde llegaban los refugiados! Hay como rimas en el tiempo y las novelas funcionan así. Imagina a Ray llegando a la plaza del Comercio pero yo también he estado allí y quizá, antes, Ilsa y Victor Laszlo.

Estaba pensando en En busca del tiempo perdido. En ella también hay rimas.
—Su novela partía de un serio impedimento para el suspense. Se sabía el final. La historia tenía que acabar con el asesinato. ¿No pensó en salvar a Luther King e inventar un camino aún más ficticio?
—Pensé en esa posibilidad porque King está a punto de salvarse. Luther King podía no haber salido al balcón del motel donde fue alcanzado. Cuando se examinan los hechos de una historia me fascina lo fácil que es que no pudieran haber ocurrido. Nosotros tendemos a pensar en que lo que ocurre no tiene más remedio que ser así, necesitamos certezas. La mente humana tiembla ante la incertidumbre, pero naturalmente que lo pensé, pero no hacía falta inventarlo. King podía no haberse parado dos veces en el balcón.
—¿Verdad y ficción. ¿Cómo construyó al personaje?
—Cuando yo empecé a escribir era un cuento basado en lo que yo había leído, que era muy poco, sobre Ray. Si hubiera hecho eso habría sido algo completamente inventado y hubiera estado bien. Pero al descubrir la cantidad de información decidí que era mejor aprovecharla y no inventar nada o casi nada. Eso tiene que ver con la idea de la novela porque lo real es más novelesco y raro de lo que tú puedas inventar. ¿Cómo me iba a inventar yo que Ray a cualquier sitio que iba se apuntaba a tomar cursos de baile? La novela es un arte de las cosas concretas, de lo específico y un personaje así tiene el interés de lo específico raro, y es contradictorio.
—Lisboa es el pretexto donde usted ajusta cuentas consigo mismo como escritor y en cierto modo como persona. Usted pasó tres días recorriendo la ciudad para la novela que lo catapultó al éxito, El invierno en Lisboa. Es un mismo sitio que alimenta dos ficciones completamente distintas y en mitad varios viajes, uno de ellos a ver a uno de sus hijos. ¿Es el escritor el que mira de otro modo el mismo paisaje o es el paisaje el que muta e influye?
—Los dos. Una cosa apasionante que nos cuesta aceptar es que no hay nada que permanezca. En España tiene mucho prestigio la estabilidad: “Este tipo ha permanecido fiel a sus ideas 40 años”, se dice. Pero todo es cambiante y fluido. Eres parte de un proceso y lo asombroso es representar ese proceso, La sugestión es el movimiento. La ciudad te da un marco y ya puedes ver 1987 y 2012 y pensar las mismas calles y te permite la ilusión de comprender. Y además están las resonancias visuales.
—En 1987 usted era otro Antonio Muñoz. Vivía en Granada, participaba de la vida literaria, compartía las risas con los amigos. ¿Fue en ese punto donde deja atrás lo que había sido (amigos, familia, la nocturnidad) y emprende un camino no solo vital sino literario distinto?

Dicho así parece que abandonase a sus amigos y esos momentos que compartía con ellos. 
—El camino es muy parecido, es el mismo. Yo no siento ruptura. Más que etapas irreversibles son como partes de un camino de aprendizaje. Hay cosas de las que me he desprendido con satisfacción, como de los hábitos insalubres en una época en que la salud parecía reaccionaria. Pero yo no veo grandes rupturas. Dice Bioy Casares que la amistad es un sentimiento que soporta las grandes privaciones a diferencia del amor. Me ha pasado encontrar a un amigo y que parezca que no ha pasado el tiempo.
—En el capítulo 22 escribe que el punto final “es como esa nota discordante o rotunda o que deja en el aire Thelonius Monk, una conclusión inesperada que no culmina sino que interrumpe, un quiebro”. Dígame el título de un tema de Monk para acabar.
—Hay una canción suya extraordinaria, Straight, No Chaser, que viene del mundo de la bebida, cuando te tomas el whisky straigth, es decir que lo tomas solo, y el no chaser, que es la cerveza con la que acompañas el whisky. Eso de que las cosas tienen que ser straigth es una cosa muy apasionada mía. Es la integridad del entusiasmo de la entrega. Recuerdo uno de los momentos más importantes de mi vida, llevaba poco trabajando en el Ayuntamiento de Granada, había cobrado el sueldo, había bajado por el Zacatín y entrado en Bib-Rambla y de pronto tuve la sensación de estar viendo el mundo como por primera vez. Recuerdo que había unos letreros de Winston que eran como carteles de películas antiguas, Lo que el viento se llevó, Gilda. ¡De pronto vi que había vuelto la minifalda! Y al ver todo aquello sentí una emoción, como si lo percibiera todo al mismo tiempo y entonces se me ocurrió ir por la ciudad como Robinson Crusoe y de ahí salió El Robinson urbano y el descubrimiento de mi propia voz y de mi mirada como escritor, esa especie de epifanía repentina. Eso lo he vivido también en este libro. El paso del tiempo no disminuye sino aumenta la alegría de escribir e inventar.

Aquí encuentro una resonancia a Proust.
Entrevista a Antonio Muñoz Molina por Alejandro V. García [Mercurio, enero 2015]



Así he querido sumergirme siempre en las cosas y en los lugares que me gustan, en las ciudades a las que llego y en los idiomas que quiero aprender olvidándome sin esfuerzo de mis conexiones familiares, de mi vida y mi ciudad y mi país y mi nombre. [...]un ausentarse de lo inmediato que sin embargo no enturbia la percepción de la realidad, sólo la deja en suspenso, mientras la inteligencia explora imaginativamente otras posibilidades, tantea identidades ajenas
Como la sombra que se va, Antonio Muñoz Molina

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