No se desaliente: no tenemos la
educación pública que quisiéramos (a pesar de la aireada campaña
"ni un niño sin ordenador") pero usted puede enseñar a su hijo a no despreciar el
conocimiento. No se desanime: es probable que la buena educación le haga sentir a su hijo como un raro en determinados
ambientes, pero superados esos desajustes no habrá en el futuro estrés
postraumático. No deje para otros lo que puede hacer usted; no tiene por qué
esperar, por ejemplo, a que en los colegios se enseñe a comer saludablemente; sienta
como una vergüenza personal que en un país mediterráneo como el nuestro haya
niños obesos; actúe, no es tan difícil, se trata sólo de enseñarles a comer
como Dios. No se acompleje; no pasa nada porque vigile de cerca a su hijo adolescente,
se ha hecho toda la vida sin pensar que se atentaba contra ningún derecho
fundamental. No tenga miedo a racionar la televisión. No tenga miedo a
asomarse a la habitación de su hijo, no se trata de espiar sino de
proteger. No quiera ser como su hijo, no se juvenilice, él necesita
sentir que está guiado por adultos. No tema decirle que está en
contra del botellón y de los
encierros, es bueno que él sepa lo que usted los detesta. Y por supuesto, no se
apunte a un encierro por acompañar al niño, ahí sí que está usted perdiendo la
cabeza y adiestrándole en la brutalidad. Hágale saber que tiene deberes con la sociedad,
y si no quiere usar la palabra "sociedad", por ser algo abstracta, hágale saber
que tiene deberes con seres concretos. No se deje estafar por esta especie de catastrofismo que
nos arroja a pensar que, como todo es un desastre, nosotros, individualmente,
no podemos hacer nada. Su desánimo tiene un componente de imperdonable
pereza: si ha tenido hijos, sea padre, sea madre. ¡Ejerza! La mejor herencia que podemos dejar en este
mundo grosero es la buena educación.
Educación, Elvira
Lindo [El País, 9 de septiembre de 2009]
Educación, Elvira Lindo [El País, 9 de septiembre de 2009] Mal ejemplo, Elvira Lindo [El País, 20 de noviembre de 2013]
Eso, eso, Elvira Lindo [El País, 8 de octubre de 2008]
Profesores, Elvira Lindo [El País, 7 de septiembre de 2011]
El problema es la movilidad social, Joan Subirats [El País, 11 de enero de 2015]
La Universidad no es gratis, J. A. Unión [El País, 22 de diciembre de 2014]
La educación exige emociones, Borja Vilaseca [El País, 14 de diciembre de 2014] The Daily Show - Malala Yousafzai Extended Interview
por Marco Belpoliti (transcripción) Letras Libres nº 48, septiembre 2005
Traducción del italiano de Ana Nuño [Revistas culturales.com] El testimoniode la estanciaen Mauthausende JoaquimAmat-Piniella, explicadopor MontserratRoig
Primo
Levi regresó a Auschwitz, donde estuvo internado de
febrero de 1944 hasta la liberación del campo en enero de 1945, dos
veces en su vida: en 1965 y en 1982. En la segunda oportunidad lo hizo
acompañado por un grupo de estudiantes y profesores de instituto,
representantes de la comunidad judía y cargos electos de la provincia de
Florencia, organizadora de la visita. También viajó con él un equipo de la rai,
dirigido por Emanuele Ascarelli y Daniel Toaff.
El
texto de la entrevista, realizada ante las cámaras en junio de 1982, había
permanecido inédito hasta su transcripción por Marco Belpoliti y su edición en
1998 en un volumen colectivo a cargo de Francesco Monicelli y Carlo Saletti.
Forma parte Primo Levi ,
Informe sobre Auschwitz . Presentación de Philippe Mesnard, que
Reverso Ediciones publicará en octubre de 2005.
Ya estamos aquí. ¿Qué efecto le produce volver a ver estos parajes?
Todo
es diferente, han pasado más de cuarenta años.
Polonia salía entonces de cinco años de una guerra espantosa, era el país de
Europa que probablemente había sufrido más por culpa de la guerra, que
tenía el mayor número de víctimas, no sólo judíos. Además, en estos últimos
cuarenta años el mundo se ha renovado en todas partes. Yo atravesé estos campos
invernales y la diferencia es total, porque el invierno polaco era, y sigue
siendo, un invierno rudo, no como el invierno al que estamos acostumbrados en
Italia. Aquí la nieve se mantiene durante tres, cuatro meses, y nosotros no
podíamos, éramos
incapaces de resistir el invierno polaco, como prisioneros o
después. Yo recorrí estos campos como un ser a la deriva, como una persona
desesperada y perdida, en busca de un baricentro, de cualquiera que fuera capaz
de acogerme. Era verdaderamente la desolación hecha paisaje.
Estos rieles y los trenes de mercancías que vemos pasar, ¿qué siente al
verlos?
Pues
resulta que precisamente los trenes de mercancía son el desencadenante, lo que
me causa mayor impresión, porque aún hoy cuando veo un vagón de mercancías, y
aún más si subo a uno de ellos, me produce una violenta impresión, los
recuerdos regresan, en fin, mucho más que al volver a ver paisajes y lugares,
incluso Auschwitz. Haber viajado cinco días
seguidos en un vagón de mercancías sellado es una experiencia que no se olvida.
Esta mañana me hablaba de algunas sensaciones que le produce la lengua
polaca.
Sí,
también es un reflejo condicionado, al menos, es decir, en mi caso. Yo soy un
hombre que habla y escucha; el lenguaje de los otros me afecta mucho, y suelo o
procuro utilizar correctamente mi lengua de italiano. El polaco era esa lengua
incomprensible que nos había recibido al final del viaje, pero no era ni mucho
menos el polaco de la población civil que escuchamos hoy en los hoteles o en
boca de nuestros acompañantes. Era un polaco zafio,
vulgar, trufado de injurias e imprecaciones, y nosotros no comprendíamos
aquello; era realmente una lengua infernal. El alemán lo era todavía más, desde
luego; el alemán era la lengua de los opresores, de las matanzas, pero
muchos de los nuestros –yo, entre otros– lo comprendíamos a retazos, no nos era
desconocido, no era la lengua de la aniquilación. El
polaco sí era la lengua de la aniquilación. Sin ir más lejos, ayer noche
en el ascensor dos borrachos me produjeron una fuerte impresión: hablaban como
entonces, no como los que nos acompañan, hablaban soltando injurias, hablaban
esa lengua que parecía estar hecha sólo de consonantes, verdaderamente la
lengua del infierno.
Decía usted, por cierto, que esta sensación es como la que le produce el
carbón, ¿no es así?
¡Exactamente
la misma! Sin duda, también esto se lo debo al hecho de ser químico. El químico
es entrenado para identificar las substancias a través de su olor. En aquella
época y también hoy, la llegada a Polonia, al menos
a las ciudades polacas, está marcada por dos olores característicos que no
existen en Italia: el olor de malta torrefacta y el olor ácido del carbón
ardiendo. Esta es una región minera, en todas partes hay carbón y muchos
aparatos de calefacción funcionan con carbón. Entre estaciones y en invierno un
olor se esparce por el aire: el olor ácido del carbón. Pero para nosotros, o el
menos para mí, es
el olor del Lager, el olor de Polonia y del Lager.
¿Y la gente?
No,
la gente no es la misma de entonces. En aquella época no vimos a la gente. Vimos a los verdugos del Lager y sus colaboradores. La
mayoría eran polacos, judíos y cristianos. Pero los polacos de la calle,
los polacos que vivían en las casas, a esos no los veíamos, los divisábamos a
lo lejos, más allá de las alambradas. Había un camino rural que se extendía a
lo largo del Lager, pero por ahí pasaba muy poca gente. Después supimos que
habían alejado a todos los habitantes del pueblo. Sí veíamos pasar los
autocares que conducían al trabajo a los obreros polacos, y recuerdo un anuncio
en uno de estos vehículos, una publicidad como las que veíamos en casa: “Beste
Suppe, Knorr Suppe”, “La mejor sopa es la sopa Knorr”. Ver aquel anuncio de
sopa nos producía un extraño efecto, como si nos fuera posible escoger entre
una sopa mejor y otra menos buena.
¿Qué sintió esta mañana cuando emprendió el mismo camino, pero partiendo
esta vez de un lujoso hotel turístico?
Sentí
una dislocación, casi me atrevería a decir un desmembramiento, algo imposible
que a pesar de todo sucede porque el contraste es demasiado
fuerte. Se trata de algo que en aquel entonces jamás hubiésemos podido imaginar que podría ocurrir: regresar a
este lugar, vestidos como turistas, a un hotel de lujo o casi. Y sin
embargo…
Y ese contraste, ¿qué diría…?
Ese
contraste, como por lo demás todos los contrastes, tiene un lado gratificante y
otro alarmante; las
cosas pueden volver a suceder. Lo peor habría sido lo contrario:
haber venido a un hotel de lujo y después, hoy, volver en plena desesperación.
¿Sabían a dónde irían, cuál sería su destino?
No
sabíamos prácticamente nada. En la estación de Fossoli pudimos ver unos rótulos
en los vagones en los que habían garabateado una indicación: “Auschwitz”; pero
no sabíamos dónde quedaba, pensamos que se trataba de Austerlitz. Supusimos que
estaría en algún rincón de Bohemia. Creo que nadie
en Italia en aquella época, ni siquiera las personas mejor informadas, sabía lo
que significaba “Auschwitz”.
¿Cómo fue su primer contacto con Auschwitz hace cuarenta años?
Era…
¿cómo decir? Era lunarmente diferente, era de noche; era el final de cinco días
de viaje calamitoso, durante el cual varias personas habían muerto en el vagón,
era la llegada a un lugar del que no comprendíamos
la lengua y todavía menos su razón de ser. Había unos letreros insensatos: una
ducha, un lado limpio, un lado sucio y un lado limpio. Nadie nos explicaba nada
o bien nos hablaban en yiddish o en polaco, y nosotros no comprendíamos nada.
Es una experiencia realmente alienadora.
Teníamos la impresión de hallarnos en medio de un ataque de locura, de estar…,
de haber perdido la posibilidad misma de razonar. No, ya no razonábamos.
Entrevista a Antonio Muñoz Molina, por R. Pérez Barredo [La Tribuna de Toledo, 22 de diciembre de 2014]
Entrevista a Juan Marsé, por Borja Hermoso [El País, 8 de enero de 2015]
Entrevista a Antonio Muñoz Molina por Alejandro V. García [Mercurio, enero 2015]
Intelectual de
referencia, autor moral y uno de los grandes novelistas contemporáneos, Antonio
Muñoz Molina (Úbeda, 1956) presentó en Toledo su última novela, Como la sombra
que se va (Seix Barral), donde narra la huida del asesino de Luther King a la
vez que explora en su intimidad.
Regresa a Lisboa muchos años después de su primera visita, que resultó esencial
para terminar la novela que le procuró prestigio y fama, y se da cuenta de que
ahí tiene otra novela.
¿Una historia surge
de manera tan irracional?
Una historia siempre
surge así. En el corazón de una novela, en el arranque, siempre hay una
iluminación de ese tipo, una ocurrencia, una rareza. Es más: cuando empiezas a
proyectar una novela de manera racional no sueles llegar muy lejos. En ese
aspecto la novela se parece a la poesía, que tiene un
arranque caprichoso.
AMM sostiene que la novela no la decides, aparece.
Uno no elige la novela que va a escribir, viene, se le impone.
Uno tiene que sentir que el libro lo lleva, que fluye, que no controla del todo hacia dónde va el proceso de creación. Simplemente las cosas van saliendo mientras escribe.
Y, mientras ese momento de iluminación llega, la actitud es de disposición de espera.
La iluminación te llega mientras estás trabajando en otra cosa, o en un descanso mientras realizas un trabajo manual.
Pese a que es el relato central, da la impresión de que la historia de Earl Ray
es secundaria. Que es usted el protagonista de principio a fin. Que es la
novela de la vida de un novelista y del novelista que expone su proceso
creativo.
Es una cosa que depende mucho del lector. La novela tiene una estructura muy
abierta. Hay, como dices, muchas cosas, mucha gente, un par de hilos
fundamentales... Pero creo que depende mucho de la propia percepción del
lector. Para mí las dos cosas sin igualmente importantes y la una no tiene
pleno sentido sin la otra.
Earl Ray y usted
comparten algo: salvando las distancias, ambos están huyendo.
Sí, hay una huida metafórica y otra policial. Entre una y otra hay una gran
diferencia. Lo que hay es algo en lo que cualquiera se puede reconocer: la sensación de
extrañamiento que tenemos las personas a veces por diversos motivos;
la sensación de que somos huéspedes de nuestra propia vida, que
somos extranjeros en el mundo, en las circunstancias que nos ha tocado vivir.
Es muy raro
que haya un ajuste pleno entre una persona y sus sentimientos más íntimos y las
condiciones de su propia vida. Siempre hay como un filo de
extrañamiento que puede agrandarse o disminuir. Y por eso yo creo que es fácil
que surja una empatía inmediata y completamente irracional hacia cualquiera que
parece que está huyendo o está perdido, porque en el fondo es algo que forma
parte muy íntimamente de la condición humana.
Metiéndose en la piel del asesino de Luther King ¿llega a sentir compasión por
él?
Sí, yo creo que todo el mundo merece compasión.
Compasión no quiere decir tolerancia. Si tú te ves a ti mismo o piensas en
alguna persona que quieres viviendo en esas circunstancias o ante ese horizonte
tan hostil ¿quién no va a sentir compasión? Es algo comprensible.
¿Cuánto hay de expiación, de redención personal en esta obra?
Hay un examen de conciencia, un reconocimiento cuidadoso de los
propios errores, o más que los errores, de esa mirada
hacia esa dificultad que muchas veces tenemos las personas para ver lo que
realmente tenemos delante de nosotros, para hacernos responsables de nuestros propios
actos. Hay, desde luego, una necesidad (que fue surgiendo mientras
escribía el libro) de claridad, de hacer cuentas, de mirar lo que uno ha sido.
¿Quién no siente remordimientos cuando ha actuado sin consideración,
atolondradamente, y otras personas han pagado el precio?
Se desnuda con abrumadora honestidad. ¿Le atormentó hacerlo? ¿Se sintió luego
liberado?
Fue un proceso muy gradual. No tenía previsto ser tan confesional ni tan
concreto. Iba llegando y era como dar un paso hacia adentro. Había
incertidumbre pero había también en mí la conciencia de que, para que el libro
fuera lo mejor posible, tenía que haber una integridad personal en el
relato. Hacer un
autorretrato honrado, no idealizado.
Esa mirada al pasado, esa proyección que hace de usted mismo puede parecer
cruel, dura. Sin embargo, también destila piedad.
La palabra piedad está bien. No tiene buena prensa. Pero las personas
necesitamos piedad. Hay una parte de nosotros que es tan frágil, tan
insuficiente... La vida es cortísima y tienes que aprender muchas cosas. Hay una
precariedad muy grande en todo lo que uno es.
piedad:Virtud que inspira, por el amor a Dios, tierna devoción a las cosas santas, y, por el amor al prójimo, actos de amor y compasión.
Entrevera ficción y realidad, pero deja claros los límites...
Necesitamos información fehaciente sobre la realidad; saber
cuál es el estatuto de las cosas que nos están contando. En una novela hay
muchos elementos de ficción y muchos de realidad mezclados, manipulados. Es el
reino de la libertad. Pero cuando cuentas no ficción, ahí no hay bromas.
Afirma que la imaginación no se alimenta de lo inventado, sino de
lo sucedido.
Eso es algo antiguo. Parece que hay cosas de ahora que son nuevas, originales,
pero no es verdad. Muchos autores han hecho pasar la
ficción por no ficción. El Lazarillo de Tormes está presentado no
como una ficción sino como un relato verdadero. O Robinson Crusoe, que cuando
se publicó se hizo pasar por un relato de no ficción. Lo que tenemos que ser
conscientes es de que la narración de lo no real bien contada puede tener una
fuerza narrativa, de fábula, que puede ser superior a la de la invención. La
pura invención no existe. La fantasía no sólo no me gusta sino que me produce
rechazo. Las posibilidades maravillosas de lo real
son tan grandes que la fantasía me parece una tontería.
¿Las armas de la ficción sirven para explicar mejor la realidad?
A veces sí. El escritor tiene que saber en qué momento lo que tiene que contar
es mejor con la forma de ficción que de no ficción. Por ejemplo, yo escribí un
libro de no ficción que es Ardor guerrero, un relato de mi experiencia militar.
Pues bien, yo me di cuenta que para contar esa experiencia no podía intervenir
en ella la ficción.
Uno de los trasfondos de la obra es el movimiento de los derechos civiles en
EEUU. La crisis ha arrasado con muchos derechos en nuestro país. ¿Cómo ve la
nueva realidad social y política?
Con curiosidad, interés y, a veces, con alarma. Una cosa que me atrajo del
movimiento de los derechos civiles es que es un movimiento no violento,
profundamente democrático (que se basa en aprovechar cada una de las
posibilidades que ofrecen las leyes) y que al mismo tiempo se basa en la
movilización para cambiarlas. Cuando veo que se quiere hacer como tabla rasa de
las cosas... Hay que saber qué se quiere cambiar. Y cómo.
Por eso aquel movimiento siempre me pareció ejemplar, porque además combinaba
muy bien la ambición de cambio sustancial de la sociedad
y las relaciones humanas en el sentido de la igualdad y la justicia,
y una capacidad muy alta de proponerse siempre objetivos muy
concretos. La política tiene que ser lo más concreta posible.
¿Cree que España está al borde de algo radicalmente nuevo?
No lo sé. Pero espero que no. Espero que las cosas buenas que hemos conquistado
en mucho tiempo, algunas de las cuales estamos a punto de perder, no se
pierdan. Por supuesto que hay cosas que mejorar y que cambiar, pero tenemos que
tener muy claro qué es lo que funciona y lo que no.
¿La distancia de residir en Nueva York le permite un análisis menos
contaminado?
Tener la experiencia cotidiana de otra cultura es útil sobre todo para comparar
cosas y ponerlas en su sitio. A mí me ha servido mucho para valorar las cosas
que tenemos en España y que a veces no apreciamos o no agradecemos, quizás
porque aquí no se ha creado una cultura democrática de la
responsabilidad. Se ha preferido cultivar una cultura del
clientelismo, de la dependencia. El aprecio por esos valores democráticos y de justicia
social europeos son mucho más fuertes en mí porque paso una parte de mi vida
donde no existen, donde algo que para nosotros es natural y se da
por supuesto, como la sanidad universal, sería casi imposible de lograr en
EEUU.
Denuncia que en España se abomina de la intelectualidad y el conocimiento.
¿Tanto miedo da?
Es un país que ha estado muy dominado por clases dirigentes brutales. Grupos
que necesitaban, como elemento de su dominación, la ignorancia y la
subordinación de la ciudadanía. Parásitos, una Iglesia católica intolerante... El conocimiento
y el mérito no han sido casi nunca valorados. Y eso es algo de
suicidas, porque es lo que permite que un país pueda desarrollarse.
Entrevista a Antonio
Muñoz Molina, por R. Pérez Barredo [La Tribuna de Toledo, 22 de diciembre de
2014]
Llega un
periodista a casa de Juan Marsé para una de las cosas que probablemente menos
le gustan a Juan Marsé: hablar de sí mismo, de por qué y cómo y para qué
escribe y, en general, de sus cosas. Pero quizá porque la entrevista no es
promocional, o quizá porque un sol templadito proyecta optimista bonanza sobre
los balcones a los que da su casa del centro de Barcelona, o vaya usted a saber
por qué, la charla va cayendo torrencial. El escritor celebra hoy su 82
cumpleaños.
Pregunta. ¿No se habla demasiado en este país?
Respuesta. Ah, yo estoy totalmente de acuerdo con esto.
P. ¿Dónde sitúa usted la frontera entre el habla y el ruido?
R. En este país hay ruido, sí, se casca demasiado y se grita demasiado. Y los
medios de comunicación son tan poderosos y omnipresentes que el ciudadano
nunca había estado tan informado, al minuto y de forma reiterativa.
Discrepo. No es información lo que se ofrece. Muy de acuerdo en lo demás.
P. Ese “tan” al que alude no suena muy positivo...
R. Es tremendo. La enorme proliferación de tertulias políticas suplanta lo que debería
ser un debate serio en las Cortes. Un espectáculo tremendo. Y ese es
el ruido.
Sí, no hay debate. Debatir, discutir es examinar atenta y particularmente una materia.También, contender y alegar razones contra el parecer de alguien.
Lo que se hace es opinar.
P. ¿Por qué pasa esto?
R. La libertad informativa está muy bien, pero no sé dónde está el límite, no
sé cómo se resuelve eso. La gente está atiborrada de información, y la
mayoría no sabe qué hacer con ella.
Matizaría que lo que nos llega es propaganda. Lo que llega es el ruido de la televisión, de la radio y de la prensa.
P. Pero, ¿no le parece que el nivel mediático y el de la calle, digamos el de
cafetería, comparten un escaso interés por aprehender lo que dice el
otro?
R. Sí, pero ese es el defecto nacional. No se atiende. La solución está, si
la hay, en la
educación, como en tantas otras cosas.
Estamos de acuerdo en que el problema de base es la educación. Sí hay interés por aprender y por aprehender. Pero también hay un interés poderoso que viene desde arriba por mantener en la ignorancia, un interés de ocultamiento y de manipulación. Porque es mucho más fácil manejar y convencer a personas ignorantes que a personas críticas.
P. Ahí ya metemos el dedo en el ojo tuerto de este país: el sistema
educativo. ¿Cómo lo ve?
R. No me gusta pensar que este defecto es genético, que los españoles somos
así. Pero uno identifica muy fácilmente al enemigo en términos de “el que no
piensa como yo, es contrario a mí”.
Confundiendo adversarios con enemigos. ¿Y por qué habría de ser siempre así?. Muy acertado negar el esencialismo.
P. En el tema de la educación, ¿qué cree que tiene que hacerse?
R.Incrementar
el conocimiento de los valores cívicos, vamos, lo que cuando yo era
un chaval llamaban urbanidad: cuál ha de ser la
relación que mantengo conmigo mismo, y cuál debe ser mi relación con los demás.
Pero estas cosas ya no están de moda. España es un país de cabreros, joder.
Me cae muy bien Marsé pero me sobra la última frase. Incrementar el conocimiento. Yo lo habría dejado así. Educación y conocimiento. La ética ya va incluida.
P. ¿Es un país en el que se llama con demasiada facilidad “inútiles” a cosas
realmente útiles? Por ejemplo la cultura, en sentido amplio.
R. Sí, pero eso si no se le inculca a la gente de joven… Cultura es saber comportarse,
tomarte una cerveza con tu vecino y charlar con él. Entender tu relación con
los demás y la de los demás contigo.
Sí, cultura es eso también, pero no sólo eso. Cultura en el sentido de "saber comportarse" es urbanidad, es ética.
P. ¿Influyen esos valores en cómo se escribe o al revés, es mejor obviarlos?
Novela hecha con el intelecto, o novela hecha con las tripas…
R. Claro. Se suele hablar de un don, el don del talento para crear. Pero
también se necesita cierto talento literario para leer. Incluso para leer a
Verne, para no ponernos serios. Tiene que ver con la cultura, pero también con
la sensibilidad… y eso se tiene o no se tiene.
¡Vaya pregunta! Pero la sensibilidad se educa. Y no es sólo una cuestión de talento. Siempre se habla del talento pero casi nunca del trabajo. Escribir una novela es trabajar en ella. Y de eso, de la disciplina del trabajo, Marsé sabe un rato.
P. Volvamos a la prensa. En su primera novela, Encerrados con un solo
juguete, de 1960, escribe esta frase: “Qué tontería: ¿tenía algo que ver
con la vida lo que llevaban los periódicos?”. ¿Tiene alguna vigencia hoy esa
frase?
R. Esa novela se escribió en plena dictadura franquista, y yo era consciente
de lo que había, y lo trasladé a los personajes. Había censura, en la prensa y
en todo. Lo que traían los periódicos sobre la vida nacional estaba filtrado.
Todos traían lo mismo, La Vanguardia, el Ya, el Abc, La
Prensa, El Diario de Barcelona… La prensa no reflejaba la realidad
nacional, eso lo sabía todo
Dios. Pero hoy esa frase no la diría un personaje mío. Aparte de esto,
yo soy un lector de periódicos vicioso. Cuando escribía Si te dicen que caí
me pasaba horas y horas en la hemeroteca de la Casa L’Ardiaca, ojeando la prensa de los años cuarenta y disfrutaba como un loco. Y
ahí, no sé cómo decirle, me lo creía todo. Es como
que, para
que una noticia me la crea de verdad, tiene que pasar tiempo. De lo
que leo en el periódico que acaba de pasar siempre tengo mis dudas.
P. El paso del tiempo. Lo cambia todo, ¿no?
R. Bueno, aquí ahora te encuentras cosas tan ridículas
como ciertos historiadores catalanes que están
revisando las relaciones con España y están reinventando, contando
mentiras. Algunos pretenden que Santa Teresa de Ávila era catalana. En
contrapartida yo estoy descubriendo, y va a ser un disgusto para ellos, que
Xavier Cugat era murciano. Quiero decírselo al conseller de Cultura,
Ferran Mascarell. Y el famoso torero Mario Cabré tampoco era catalán,
era andaluz. Ya de chaval, había quien decía en el barrio que Walt Disney era
catalán.
P. La censura franquista acabó hace casi 40 años. Hoy sin duda subsisten
otras, económicas, políticas, la razón de Estado, la lógica de empresa… Usted
escribió Si te dicen que caí consciente de que no sería editada en la
España de Franco, como así fue (lo fue en México). Pero, ¿se arrepiente de
haberse automutilado, de haberse autocensurado alguna vez?
R. Sí, sí, sí… soy consciente de eso, claro. En Encerrados con un solo juguete
me corté, está claro. No por cuestiones de orden estrictamente político
—porque nunca me gustó que de una forma explícita hubiera en mis libros tufos
políticos, quiero decir, mensajes—, sino más bien de orden sexual-erótico. En La
oscura historia de la prima Montse, que es una historia de la
influencia de la educación católica en una muchacha, también me
frené. Por eso luego lo tuve tan claro en Si te dicen que caí.
P. ¿Molesta la realidad para escribir ficción? ¿Vive pertrechado frente a la
realidad cuando está metido en una novela, o es al revés, necesita lo real como
motor?
R.Fatalmente quiero saber
todo y fatalmente lo vivo al minuto. Otra cosa es que procuro que la realidad no interfiera en mi trabajo. La
intelectualidad me interrumpe el trabajo. Y la rabiosa actualidad me incordia.
Pero no puedo prescindir de ella. Si no leo la prensa, el día no empieza bien
para mí. Y además la prensa de papel, lo siento pero… de papel. No puedo hacer nada por evitar todo lo que está pasando en los últimos
tiempos, que si el corrupto de cada día... Así que al final no hago
más que encabronarme, es una especie de tortura. Además, soy un escritor fatalmente realista, no puedo prescindir de la realidad,
otra cosa es que luego la enmascare.
Aquí parece que hay contradicción: Procuro que la realidad no interfiera en mi trabajo. Se refiere a que no deja que la actualidad o la moda o el tema del día se inmiscuyan en su trabajo, le marquen la pauta, le estropeen la jornada. Al mismo tiempo, no puede prescindir de la realidad porque es la materia de su literatura. No puede dejar de estar informado y de indignarse con las noticias de cada día.
Por otro lado, esa declaración “No puedo hacer nada por evitar todo lo que está pasando…”. Sí que hace algo y lo hace muy bien, además: contar las cosas como son o como han sido. No hay mejor manera de desenmascarar las mentiras. Cuando dice que enmascara la realidad se refiere a que utiliza la ficción para contar la verdad, las cosas como son.
P. Ya hace mucho que se acuñó el concepto realidad virtual. ¿No opina que
casi todo va siendo ya virtual, que lo digital, lo descargable, lo que está
pero no puede tocarse ya ha ganado la batalla y ha sustituido a lo tangible, lo
palpable, lo que se huele?
R. Es imparable. Pienso que tiene que producirse una depuración de cosas
superfluas. Probablemente de eso se ocupará el tiempo, no lo sé, pero el avance
tecnológico, ese no lo para ni
Dios. Aunque no soy pesimista del todo. Creo que el libro de papel
seguirá existiendo, y lo mismo los periódicos de papel, puede que más
reducidos. Me resisto a pensar que pueda desaparecer el papel. Mis nietos se
ríen. Pero lo
más grave es que la tecnología esté matando formas de belleza. El
cine, por ejemplo, no es lo que era, la tecnología lo ha matado, es puro tebeo.
El cine como una buena idea, un buen guion, unos diálogos... está
desapareciendo.
¿Así es como habla Marsé? ¿Utiliza de verdad estas expresiones? ¿No es exagerado decir que la tecnología está matando formas de belleza? La tecnología no es la causa de que no se hagan buenas películas. Yo le preguntaría a qué se refiere. Qué formas de belleza están desapareciendo por el uso de la tecnología.
P. Más realidad, mejor dicho, actualidad. ¿Cómo vive la irrupción y auge de
Podemos?
R. Ya se ha demostrado que todo está por hacer en este país. Y entonces
ha venido Podemos. A mí me parece ya muy positivo el revuelo que han montado, han
removido el
asunto y todos los demás están acojonados.
Han dicho: “A ver, hay que hacer algo, hemos estado durmiendo en la paja y todo
iba cojonudo, pero además de expoliar
a todo Dios y robar a mansalva, resulta que ahora tenemos que hacer
política”.
No todo está por hacer. Armar revuelo no es lo que persigue Podemos y no es un signo positivo. Podría derivar en algo muy negativo. ¿Qué asunto han removido? ¿A qué se refiere? Creo que se refiere a las denuncias de los casos de corrupción política. Ya no es sólo cuestión de bi-partidismo PP-PSOE. En ese sentido, lo ve como algo positivo.
P. ¿No cree que, así en general, es bueno que la gente se ponga las pilas? Mejor tarde que
nunca...
R. Mire los socialistas. Están con el agua al cuello. Y se les ocurren ya
cosas que tenían dormidas desde hace siglos, como su relación con la
iglesia católica de este país. O sea, todo lo que tenían en el programa
aparcado por temor a perder votos —como lo de la iglesia—
ahora lo empiezan a mover. No lo movió ni Felipe González, ni Zapatero… pues
ahora que se den prisa, porque...
Es crítico con los gobiernos de izquierdas. Y lleva razón en lo que dice. La iglesia católica sigue teniendo una posición de privilegio en nuestro país, una influencia enorme en las cuestiones de educación. Sólo hay que ver las denuncias de las Plataformas laicistas.
P. Para votantes fieles de un partido tradicional debe de ser incómodo
comprobar por qué motivaciones reales se
mueven a veces sus líderes…
R. Trágico. Aquí mismo, en Cataluña, están pasando unas cosas muy divertidas…
que un partido como Esquerra Republicana, un partido que se dice de
izquierdas, se alíe con la derecha, con la carcundia que es
Convergència… y pretenda seguir haciéndose pasar por un partido de izquierdas.
O Iniciativa per Catalunya, los antiguos comunistas, ¡el partido de los
trabajadores! ¿En qué se ha convertido? Están acojonados. ¿Vio la comparecencia
de Pujol, en la que echó la bronca a todos los políticos que estaban ahí?
P. La vi, un sainete.
R. Cuando arremetió contra todos ellos con aquel tremendo numerito de
arrogancia política se tenían que haber levantado y haberle dicho: “Aquí se
queda usted con su discurso de
mierda”. Y en vez de eso, aguantaron y cuando todo terminó hubo casi un
besamanos que recordaba a algunas escenas de El Padrino. Fue una cosa
vergonzosa.
P. ¿Cómo ha vivido, como barcelonés y catalán, la ascendencia y caída de
Pujol?
R. Para los que nunca comulgamos con las ruedas de molino del pujolismo, ninguna sorpresa. Nunca fue santo de mi devoción. Y ahora
pienso en el catalán patriota, pujolista, nacionalista y de derecha, que se ha
hecho la siguiente composición: “Ya no creemos en este hombre, porque en vez de
ser fuerte, fue débil y se
dejó llevar por la ambición, pero lo que levantó y lo que encarnó sigue vigente”.
Claro, es que es un sentimiento, una emoción, eso del nacionalismo, y por lo
tanto está por encima de las personas. Cuando la persona ya no sirve, la
apartan pero se queda el ideal.
P. Hacer creer a la gente que el nacionalismo no es sólo un vehículo emotivo
sino un sistema ideológico como el socialismo, el marxismo o el fascismo, y
convertirlo en arma electoral para asaltar el poder: una falacia, ¿no?
R.El
delirio identitario, la reafirmación de que yo soy esto y los demás
no lo son: eso es el nacionalismo, una cosa irracional que no concibo. Como soy hijo
adoptivo, el asunto identitario para mí es muy secundario. Ahora
Josep Maria Cuenca se ha empeñado en escribir mi biografía y...
Buena ironía. Qué me va a importar a mí el asunto identitario…
P. Cuente, cuente…
R. Ha indagado sobre mis padres biológicos, pero a mí esto nunca me ha
interesado mucho. Para mí, mis padres hasta el final fueron quienes me adoptaron.
Pero bueno, Cuenca me ha hecho ver cosas que no sabía, algunas de ellas
interesantes. Por ejemplo, en mis ancestros biológicos hemos descubierto que tengo orígenes…
chinos. O sea, que soy un catalán con alma medio charnega medio
china.
Ya no sé si habla en serio o no.
P. Por cierto, ¿queda algo del viejo charnego, materializado en el Pijoaparte
de Últimas tardes con Teresa?
R. Muy poco, es un término que ya casi no se oye… la
época de las grandes oleadas migratorias del sur acabó. Ahora el charnego es el magrebí. O el paquistaní. O el chino.
La Rambla del Raval es árabe. Son ellos quienes pugnan hoy por
hacerse un sitio en la sociedad catalana.
P. Viviendo en un país en el que, como España, nadie dimite nunca por nada,
¿no dan como ganas de dimitir de todo?
R. Pero hay
que batallar para defender un criterio personal y unos intereses, es
decir, hay que estar en la brecha. Entregarse, fatal. Y abandonar, ¿cómo? Emigrando,
pero a mí se me ha pasado la edad. Con 20 años es probable que me largara de
este país.
P. Bueno, de hecho se largó. A París. Se gastó allí la pasta rápidamente, de
la peor manera posible… o puede que de la mejor.
R. Tenía 26. Me la gasté, sí, y volví con la idea de regresar. Entonces
trabajaba en un taller de joyería y ya había publicado mi primera novela.
Aquello fue, es verdad, más que querer ir a París, querer irme de aquí.
P. Bueno, aquel París debía de tener un poder de seducción…
R.A París te ibas soñando no sólo en que
podrías ver las películas que aquí no podías ver o comprarte los libros que
aquí estaban prohibidos, sino en que podrías ligar más. Era irse de la
España de Franco, que era la hostia. Hoy no es lo mismo,
hoy se va el que no tiene trabajo. Entonces sí había trabajo en
España. Parados no había. El cabrón de Franco les decía a los empresarios: “No
vais a tener huelgas, os lo garantizo… pero no me vais a despedir a un solo
trabajador”. Y así era.
Entrevista a Juan
Marsé, por Borja Hermoso [El País, 8 de enero de 2015]
Antonio Muñoz Molina (Úbeda, Jaén, 1956) ha escrito
una novela rara o, si se quiere, original cuyo título, Como la sombra que se
va (Seix Barral, 2014), proviene de un salmo que solía repetir en sus sermones el activista de los derechos
civiles de los negros Martin Luther King, asesinado en 1968, en el
balcón de un motel de Memphis a donde se había asomado a tomar el aire. La estructura circular y perfecta de
sus primera novelas se ha convertido en una trama donde convergen la
historia de los diez días que permaneció huido en Lisboa el asesino; el viaje
que el propio Muñoz Molina hizo en 1987 buscando inspiración para la novela que
le lanzó a la fama, El invierno en Lisboa; la revelación de los
complejos mecanismos que llevan a un autor a escribir una novela determinada y
las implicaciones biográficas y azarosas que trae consigo.
Creo que esto se podría explicar un poco mejor. Resulta algo confuso.
—James Earl Ray no es en su libro un racista activo y obstinado. Más bien
es uno de los miles de americanos que participaban de aquel clima de desprecio
de los años sesenta, con Vietnam como fondo. Pudo ser él el asesino o muchos
otros. Pero ¿por qué él?
—Cuando ves los
documentales de la época, por ejemplo cuando llegaban los autobuses a las
estaciones mezclados con blancos y negros o los niños querían entrar en las
escuelas y ves la chusma blanca acosándolos, te das cuenta de que cualquiera
podía haber sido. Muchos
activistas de los derechos civiles fueron asesinados pero es que nadie
perseguía a los asesinos, o los soltaban o los absolvían. Ray era tan
racista como casi cualquiera. Para él el racismo era el aire que respiraban los
blancos pobres, y la clase a la que él pertenecía, lo que llaman allí la
basura blanca. Esa clase era la más virulenta. Su situación era tan
miserable que solo tenían por debajo a los negros. Y eso le venía muy bien a
las élites políticas del sur porque los negros no votaban. Después Ray intentó disimular su pasado, era
más racista de lo que parecía, pero disimuló para defenderse. Un hijo de
Luther King, creo que en 1996, fue a la cárcel y dijo que prácticamente
reconocía su inocencia. Y la viuda, cuando Ray murió, le mandó una carta de
pésame a su familia.
—Un magnicida por una concatenación de azares…
—Cuando matan a
King su asesinato tiene un impacto tan grande que parece que el crimen debe
tener una preparación mayor, pero era muy fácil matarlo. Era un hombre que
recibía amenazas de muerte y había gente que ofrecía dinero para asesinarlo en
la prensa medio clandestina y racista… Había vigilancia pero no protección. El FBI lo vigilaba para hundirlo.
Matar a King era muy fácil. Incluso asesinar a Kennedy no era tan difícil.
—¿Usted descarta la confabulación o es que excedía los límites y la
intención de la novela?
—La novela no
es un ensayo histórico pero estoy convencido después de leer casi todo lo que
se puede leer de que no. Quizá
contó con la ayuda de un hermano suyo que era más racista pero no hubo
conspiración. De hecho el asesinato estuvo a punto de no pasar. Él
disparó a las seis y un minuto; dos minutos más y no puede disparar porque
estaba anocheciendo. Cuando se escapó no tenía dinero, estaba en Lisboa pero no
podía hacer un atraco sin saber portugués. Ray era un delincuente profesional y
tenía secretos, pero yo creo
que esos secretos están relacionados con el tráfico de droga. Se ha
calculado que gastó unos 10.000 dólares en el año y medio que estuvo huido. Lo
que pasa es que uno quiere que haya correspondencia entre los efectos y las
causas. La muerte de King tuvo consecuencias enormes e imaginas muchos motivos
para su asesinato. Ray era un tipo muy astuto. Pero pongo la mano en el fuego
que no hubo confabulación.
¿De dónde sacó Ray todo ese dinero? ¿Recibió alguna ayuda económica?
—¿Cómo se percibe hoy el racismo en Estados Unidos?
—Las cosas han
cambiado como de la noche al día. Hubo cambios legales fundamentales. El 90 por ciento no votaba en los
estados del Sur; no había integración en las escuelas, el nivel de pobreza era
mucho más grande. Pero a raíz de la lucha por los derechos civiles y del coraje
del presidente Johnson, gracias a la ley del derecho al voto y la del
reconocimiento de los derechos civiles, cambió el país. Hay una clase
media negra muy importante, hay negros millonarios en todos lados, pero sigue existiendo un vínculo entre la pobreza y la gente negra.
La falta de ascenso social ha traído dos cosas que son terribles: el
crecimiento de la desigualdad. Se han perdido muchos trabajos industriales
relacionados con la manufactura y al hundirse eso se han hundido las
comunidades negras. Igual que es difícil imaginar qué era el racismo entonces es muy difícil imaginar la crueldad
del sistema penal, donde casi el 60 por ciento de la población carcelaria son
negros.
—Y qué piensa de los casos de racismo en Europa, de los saltos de las
vallas, del trato que se da a los provenientes de los países del Este.
—Hay una
diferencia. Europa no está sabiendo integrar a la
emigración quizá porque hay demasiadas
obsesiones identitarias o porque el mercado laboral es más rígido. En
Estados Unidos la inmigración se integra mejor que en Europa.Allí puede haber guetos de pobreza de negros o
portorriqueños pero de musulmanes no hay. La economía americana, al ser
dinámica y tener muchos puestos de trabajo no cualificados, es muy buena para
el inmigrante. Mira la profesión de taxista. En una época eran todos
indios, después eran paquistaníes o haitianos… Y luego hay una idea de pertenencia más flexible y
saludable que la europea. Tú eres de Guatemala y a los cinco años te
haces americano y estás con una mano en el corazón y la bandera en la otra. En
España se mira eso con condescendencia y se piensa que todos son unos fachas.
No, esa
bandera significa tu ciudadanía, no la pertenencia a un pueblo que viene de la
Edad Media. Es algo práctico que te garantiza unas oportunidades. Eso Europa no
ha sabido hacerlo.
—Su novela tiene muchas historias paralelas: la del asesinato; la de
Lisboa y su relación literaria de la ciudad; el desvelamiento de los mecanismos
secretos que hacen prosperar un relato; los vínculos biográficos que hacen que
se escriba un libro. Es relato, ensayo, biografía. ¿No teme abrumar al lector
de hoy que solo busca una historia con una estructura fácil y ordinaria?
—Tengo plena
confianza en la inteligencia del lector. El lector de literatura es más
valiente y en España te diría que de forma acentuada. Para mí era importante no
sólo contar la historia de Ray sino el proceso de fascinación por él. La novela
surgió de una ocurrencia que tienen que ver con el
descubrimiento de esa cosa tan rara de que el asesino de Luther King hubiera
estado en Lisboa. Eso es muy raro. Ese proceso y luego el hecho de que
surgiera esa
resonancia entre mis propios viajes a la ciudad me llevó a
reflexionar sobre mi propia historia como escritor y sobre los mecanismos que
hacen nacer una historia. ¿Qué hace que surja una historia y no otra, de dónde
salen los materiales que se convierten en una novela? Es fascinante porque tiene que ver
con los mecanismos de la conciencia humana. La literatura no es un
lujo para cuatro enterados sino que tiene que tener un
anclaje muy fuerte en la vida del que la hace y del que la lee.
—Se dejaba ir.
—Esa parte
inesperada quería contarla porque me parece novelesca. Hace dos años fui a
Lisboa a ver a mi hijo Arturo que estaba allí y de pronto caí en la cuenta de
que era su cumpleaños y pensé que fui por primera vez a Lisboa cuando ese
señor, ahora con barba, era un bebé. ¡Cómo cambia la idea que uno tiene de las
historias! Empiezas
de joven creyendo que una novela es una construcción perfecta, artificial, el
modelo sería la novela policíaca, y cuanto más literario y construido mejor. Y
luego pasa el tiempo y te preguntas ¿qué falta hace? En ésta de Ray
¿qué voy a inventar yo que sea mejor que esto? Ves que tu propia vida, eso de
los principios y los finales, es un relato desorganizado, en el que ha contado más lo imprevisto que lo previsto. Y además ¿dónde
está el final?
—Usted plantea en la novela si alguna vez los lectores hemos pensando qué
ocurre con los personajes después del punto final.
—El otro día
hablaba de la fotografía. Tú tienes el marco de la foto pero más allá hay otra
cosa. Al arte le pedimos que le dé una forma inteligible al
mundo porque necesitamos comprender pero al mismo tiempo nos lleva a confundir
eso con la realidad. Y eso tiene que ver con la literatura y con la
vida. Yo cuento en la novela esa sensación que uno tiene a veces de que tu vida
está hecha, para bien y para mal. Y de pronto no está hecha y sigue. Porque
además tienes una idea del tiempo muy limitada. En El invierno en Lisboa
el modelo de narración era Casablanca. Pensaba que el final del avión
era el final por antonomasia y aquí todo ha terminado. Pero luego piensas
¿adónde va ese avión? ¡Va a Lisboa, porque era allí a donde llegaban los
refugiados! Hay como rimas en el tiempo y las novelas
funcionan así. Imagina a Ray llegando a la plaza del Comercio pero yo también
he estado allí y quizá, antes, Ilsa y Victor Laszlo.
Estaba pensando en En busca del tiempo perdido. En ella también hay rimas.
—Su novela partía de un serio impedimento para el suspense. Se sabía el
final. La historia tenía que acabar con el asesinato. ¿No pensó en salvar a
Luther King e inventar un camino aún más ficticio?
—Pensé en esa
posibilidad porque King está a punto de salvarse. Luther King podía no haber
salido al balcón del motel donde fue alcanzado. Cuando se examinan los
hechos de una historia me fascina lo fácil que es que no pudieran haber
ocurrido. Nosotros tendemos a pensar en que lo que ocurre no tiene
más remedio que ser así, necesitamos certezas. La mente humana tiembla ante la
incertidumbre, pero naturalmente que lo pensé, pero no hacía falta inventarlo.
King podía no haberse parado dos veces en el balcón.
—¿Verdad y ficción. ¿Cómo construyó al personaje?
—Cuando yo
empecé a escribir era un cuento basado en lo que yo había leído, que era muy
poco, sobre Ray. Si hubiera hecho eso habría sido algo completamente inventado
y hubiera estado bien. Pero al descubrir la cantidad de información decidí que
era mejor aprovecharla y no inventar nada o casi nada. Eso tiene que ver con la
idea de la novela porque lo real es más novelesco y raro de
lo que tú puedas inventar. ¿Cómo me iba a inventar yo que Ray a
cualquier sitio que iba se apuntaba a tomar cursos de baile? La novela es un
arte de las cosas concretas, de lo específico y un personaje así tiene el
interés de lo específico raro, y es contradictorio.
—Lisboa es el pretexto donde usted ajusta cuentas consigo mismo como
escritor y en cierto modo como persona. Usted pasó tres días recorriendo la
ciudad para la novela que lo catapultó al éxito, El invierno en Lisboa.
Es un mismo sitio que alimenta dos ficciones completamente distintas y en mitad
varios viajes, uno de ellos a ver a uno de sus hijos. ¿Es el escritor el que
mira de otro modo el mismo paisaje o es el paisaje el que muta e influye?
—Los dos. Una
cosa apasionante que nos cuesta aceptar es que no hay nada que permanezca. En
España tiene mucho prestigio la estabilidad: “Este tipo ha permanecido fiel a
sus ideas 40 años”, se dice. Pero todo es cambiante y fluido. Eres parte de un proceso y lo asombroso es representar ese proceso,
La sugestión es el movimiento. La ciudad te da un marco y ya puedes ver 1987 y
2012 y pensar las mismas calles y te permite la ilusión de comprender. Y además
están las resonancias visuales.
—En 1987 usted era otro Antonio Muñoz. Vivía en Granada, participaba de
la vida literaria, compartía
las risas con los amigos. ¿Fue en ese
punto donde deja atrás lo que había sido (amigos, familia, la
nocturnidad) y emprende un camino no solo vital sino literario distinto?
Dicho así parece que abandonase a sus amigos y esos momentos que compartía con ellos.
—El camino es
muy parecido, es el mismo. Yo no siento ruptura. Más que etapas
irreversibles son como partes de un camino de aprendizaje. Hay cosas de las que
me he desprendido con satisfacción, como de los hábitos insalubres en una época
en que la salud parecía reaccionaria. Pero yo no veo grandes rupturas. Dice Bioy
Casares que la amistad es un sentimiento que soporta las grandes privaciones a
diferencia del amor. Me ha pasado encontrar a un amigo y que parezca
que no ha pasado el tiempo.
—En el capítulo 22 escribe que el punto final “es como esa nota discordante
o rotunda o que deja en el aire Thelonius Monk, una conclusión inesperada que
no culmina sino que interrumpe, un quiebro”. Dígame el título de un tema de
Monk para acabar.
—Hay una
canción suya extraordinaria, Straight, No Chaser, que viene del mundo de
la bebida, cuando te tomas el whisky straigth, es decir que lo tomas
solo, y el no chaser, que es la cerveza con la que acompañas el whisky. Eso de que las
cosas tienen que ser straigth es una cosa muy apasionada mía.
Es la integridad del entusiasmo de la entrega.
Recuerdo uno de los momentos más importantes de mi vida, llevaba poco
trabajando en el Ayuntamiento de Granada, había cobrado el sueldo, había bajado
por el Zacatín y entrado en Bib-Rambla y de pronto
tuve la sensación de estar viendo el mundo como por primera vez.
Recuerdo que había unos letreros de Winston que eran como carteles de películas
antiguas, Lo que el viento se llevó, Gilda. ¡De pronto vi que había
vuelto la minifalda! Y al ver todo aquello sentí una emoción, como si lo percibiera todo al mismo tiempo y
entonces se me ocurrió ir por
la ciudad como Robinson Crusoe y de ahí salió El Robinson urbano
y el descubrimiento de mi propia voz y de mi mirada como escritor, esa especie
de epifanía repentina. Eso lo he vivido también en este libro. El paso del
tiempo no disminuye sino aumenta la alegría de escribir e inventar.
Aquí encuentro una resonancia a Proust.
Entrevista a Antonio
Muñoz Molina por Alejandro V. García [Mercurio, enero 2015]
Así he querido sumergirme siempre en las cosas y en los lugares que me gustan, en las ciudades a las que llego y en los idiomas que quiero aprender olvidándome sin esfuerzo de mis conexiones familiares, de mi vida y mi ciudad y mi país y mi nombre. [...]un ausentarse de lo inmediato que sin embargo no enturbia la percepción de la realidad, sólo la deja en suspenso, mientras la inteligencia explora imaginativamente otras posibilidades, tantea identidades ajenas