domingo, 16 de febrero de 2014

‘¿Esto cómo sucedió? Intenta recordar…’



Una difícil relación paterno-filial
Yo sabía que la huida sería difícil y sabía que tenía que saltar yo solo al otro lado del muro. Llevarlo conmigo, si tal cosa hubiera sido posible, habría sido una insensatez, porque él tenía entonces ocho años y yo no habría podido llevar la clase de vida que deseaba. Tuve que traicionarle, y eso es algo que no me perdona y jamás me perdonará. […]

Huída

Discute con su mujer, sale de casa como un huracán, sube al coche y, a su pesar, acaba viniendo aquí. Una vez llegado a la edad adulta, pasaban años sin que apenas nos viéramos; durante meses ni siquiera hablábamos por teléfono. […]

Una amante

Tiene problemas. Atraviesa una crisis. Está sufriendo. ¿Por qué? Tiene una amiga. Una joven de veintiséis años que hace poco empezó a trabajar para él. […]

Telémaco

Mis deficiencias están en la base de su sufrimiento. Sitúale cerca de mí y la herida empieza a sangrar. Es activo en su trabajo, está sano, es solvente, no presenta ninguna insuficiencia, pero basta que le hable para que todo cuanto es fuerte en él quede paralizado. Y sólo tengo que permanecer en silencio mientras él habla para socavar lo que le hace ser eficaz. Soy el padre al que no puede derrotar, el padre en cuya presencia sus poderes quedan por los suelos. ¿Por qué? Tal vez porque no estuve presente. Estuve ausente y era aterrador. […]

Soy el padre Karamazov de Kenny, la fuerza infame y monstruosa con la que él, un santo del amor, un hombre que siempre debe comportarse bien, se siente agraviado y parricida […]

Un viejo solitario y lujurioso. Un anciano que se relaciona con muchachas. […]

Cuando Kenny era adolescente, cada vez que acudía a mí lleno de inquietud era siempre por el mismo motivo. Y sigue siéndolo: algo amenazaba la idea que tenía de sí mismo, la de ser una persona escrupulosamente honesta. De una manera u otra, le estimulaba a modular esa idea, a atemperarla un poco, pero esta actitud mía le ponía furioso, se daba la vuelta y corría al encuentro de su madre. […]

El juicio y la arrogancia [Te leo como un libro abierto. Sé lo que quieres aunque no lo expreses]

Porque, a su modo de ver, mi casa era el burdel. No obstante, su vómito no sólo reflejaba la repulsión que yo le causaba, sino también, incluso en mayor grado, la repulsión que le causaba su repulsión. ¿Por qué? Por lo que quería con desespero, porque incluso con un padre que le enoja y decepciona, los momentos que pasa a su lado son tan intensos y el anhelo de él tan grande. Aún era un chico en una situación difícil de la que no podía salir. Esto sucedía antes de que cauterizase la herida convirtiéndose en un mojigato. […]

Papá, tengo un problema [Esto es lo que debes hacer. Ni siquiera le pregunta si se siente capacitado para asumir esa responsabilidad]

Al principio estaba demasiado alarmado para decírselo a su madre, por lo que acudió a mí. Le aseguré que, si la chica estaba preñada, no tenía obligación de casarse con ella. No estábamos en 1901. Si ella estaba decidida a tener el bebé, en lo que ya insistía, ésa era su elección, no la de él. Yo estaba a favor de la libre opción, pero eso no significaba que estuviera a favor de que ella eligiera por él. Le insté a que le recordara a la chica, tan a menudo como le fuese posible, que a los veintiún años y cuando acababa de graduarse en la universidad, no quería tener un hijo, no podía mantener un hijo, no tenía en absoluto la intención de responsabilizarse de un hijo. […]

En caso de que no sigas mi consejo, tú mismo te habrás echado el lazo
Le dije lo que ojalá un hombre enérgico me hubiera dicho cuando yo estaba a punto de cometer mi propio error. Le dije: «Vivir en un país como el nuestro, cuyos documentos esenciales tratan todos de la emancipación, todos apuntan a garantizar la libertad individual, vivir en un sistema que, en lo esencial, es indiferente a cómo te comportes mientras tu conducta sea lícita, significa que lo más probable es que el sufrimiento con el que te encuentres lo hayas generado tú mismo. […]
[No le dice que le apoyará en cualquier decisión que tome, a favor o en contra.
Le da a entender que ojalá él hubiera tenido un padre que le hubiese aconsejado en la misma línea. Eso significa que él mismo no habría nacido.]

Tu enemigo es la convención. No cometas el mismo error que yo
estás hecho para medrar en un país como éste. Aquí, el único tirano al acecho será la convención, a la que tampoco hay que tomar a la ligera. Lee a Tocqueville, si todavía no lo has hecho. No está desfasado, no lo está sobre el tema de "los hombres obligados a pasar por el mismo cedazo". […]

Fui más polonista que Polonio. Al fin y al cabo, lo que le estaba diciendo no era tan arriesgado, desde luego no lo era en 1979. Ni tampoco lo habría sido antes, cuando también yo necesité que me lo inculcaran. Concebido en libertad... he ahí el buen sentido común norteamericano. Pero cuando terminé, ¿qué hizo él? Se puso a enumerarme todas las cualidades sobresalientes de la chica. «

Papá, yo había pensado otra cosa [Su padre lo considera una renuncia a su libertad]
Conozco todas las objeciones que un joven puro y virtuoso puede hacer a la reclamación de soberanía personal. Conozco todas las etiquetas admirables a las que uno puede recurrir cuando no afirma su soberanía. Pues bien, la dificultad de Kenny es que debe ser admirable a cualquier precio. Vive temeroso de que la mujer le diga que no lo es. «Egoísta» es la palabra que lo deja baldado. Eres un cabrón egoísta. Ese juicio le aterra, y ello hace que sea el juicio que le rige.
Pero a mí no me hace ni caso
Como es un hombre tan admirable, no puede abandonar a la esposa para irse con la amiga, no puede abandonar a la amiga por la esposa y, por supuesto, no puede abandonar a sus hijos pequeños. Bien sabe Dios que no puede abandonar a su madre. Yo soy el único al que puede abandonar. […]
Ella lo ha puesto contra mí. Aunque tenga razón al juzgarme.
Pero creció escuchando la lista de agravios y, por ello, en los primeros años que siguieron al divorcio, cada vez que nos veíamos tenía que defender mi postura, en el zoo, en el cine, en el estadio, demostrándole que no soy lo que su madre dice que soy. Al final lo dejé correr, porque es cierto que soy lo que ella dice que soy.
[Igual, a estas alturas, el hijo ya se ha conformado su propio juicio, ¿no?]
Una víctima de su madre
Arrojé la toalla porque no me gustaba fingir la necesidad femenina contra la que Kenny carece de defensa. Mi hijo tiene la adicción más cruel al patetismo de la necesidad femenina. Durante los años que vivió solo con su madre, cultivando esta adicción arcaica (que, por cierto, en los tiempos de la mujer dependiente esclavizaba a todos los mejores hombres)
Sentido de la familia. [Creo que lo que Kenny siente por su padre, él no se ha molestado en averiguarlo. Ya tiene una idea conformada de antemano.]
Sin embargo, cada vez que nacía uno de sus hijos me llamaba. Una amabilidad por su parte, dado lo que sentía hacia mí.
El precio de “la libertad” [Considera libertad a haber hecho lo que en cada momento le ha convenido aunque no parece haber eludido su responsabilidad como padre]
Las consecuencias de ser lo que soy se manifiestan a la larga. Estos desastres domésticos son dinásticos.
Aunque una vez al mes, o mes y medio, se presenta de repente para vaciarse en mi presencia de lo que le envenena. Hay temor en sus ojos, hay rabia en su corazón, hay fatiga en su voz.
Te lo advertí [¿qué espera Kenny de su padre? ¿Qué espera David que haga Kenny?]
La mujer se siente desdichada y airada a causa de la amante, ésta se queja de la esposa y siente rencor hacia ella, y los hijos están asustados y lloran en sueños. En cuanto al sexo conyugal, un deber horrendo con el que cumple estoicamente, ahora carece incluso de la fortaleza de ánimo necesaria para hacerlo. […]
[Me parece que el problema está en que se juzgan y no se escuchan. Cada uno parece tener su posición inamovible llena de razón.]
Pero cuando le pregunto: «¿Por qué no te marchas entonces?», replica que su marcha destruiría a la familia. Ninguno sobreviviría, todos se vendrían abajo, el sufrimiento sería demasiado grande. […]
Con su determinación me está juzgando a mí
En esta actitud se sobrentiende hasta qué punto Kenny es mucho más honorable que el padre que le abandonó cuando tenía ocho años. Su vida tiene una importancia de la que la mía carece. Ésa es su mejor baza entre las cartas que le han tocado en suerte. Ahí es donde domina y me supera. […]
Lo que vale para mí, vale para todos los casos [¿Eso mismo también debiera tenerlo en cuenta la mujer?]
Mentimos a un hijo acerca de estas cosas. Que muchos padres no pueden contenerse en el matrimonio... es mejor que eso sea un secreto para los pequeños. Pero eres un hombre. […]
Nadie escapa a su juicio
el hijo es incorregible, y el castigo procede del padre. Sin embargo, él sigue viniendo aquí y, cada vez que suena el timbre, le dejo subir. «¿Qué edad tiene tu amiga?», le pregunto. «¿Y tiene una aventura con un hombre de cuarenta y dos años, padre de cuatro hijos, que es su jefe? Entonces tampoco ella es un modelo. Sólo tú eres el modelo. Tú y tu madre
La inevitable comparación. [Mi caso no es igual al tuyo]
Incluso en tu adulterio eres mejor que yo. Él ni siquiera lo llama adulterio. Su adulterio es distinto del de todos los demás. Es una relación demasiado comprometida para llamarla adulterio. Y compromiso es lo que a mí me falta. Mis adulterios no eran lo bastante serios para su gusto. Bueno, eso es cierto. He procurado que no fuesen serios. Pero en su caso, el adulterio es el reclutamiento de la nueva esposa. Se ha reunido con la familia de la chica. […]
«Pero esto es un adulterio. ¿Qué tienen que ver con ello los padres?» […]
[Ya que lo preguntas, ¿Y tú qué tienes que ver en ello?]
Cielo santo, está a punto de cambiar la pequeña prisión que es su matrimonio actual por un centro de máxima seguridad. Una vez más, se dirige en línea recta a la cárcel. «Kenny», le digo, «¿quieres libertinaje y aprobación al mismo tiempo? […]
[¿Y por qué huir del compromiso es más razonable? ¿Qué se gana con ello?]
Una cuestión de competencia
No le basta con tener el único padre en todo este gran país que respaldará lo que está haciendo y tal vez incluso le conseguirá otra tía con una familia estupenda en Florida. Además debo ceder a la superioridad.[…]
[Se cubre de gloria con el comentario: la chica es lo de menos…]
Desprecio con desprecio se paga [Tengo un hijo que es una marioneta]
Éste no puede follar si no tiene una dominadora por encima de él haciendo restallar el látigo. […]
[Papá, ¿me estimarías más si en lugar de permitir que me dirigiese una mujer me dejase conducir por ti?]
Mi hijo sólo es capaz de tirarse a una chica con las credenciales morales apropiadas. Por favor, le digo, eso es una perversidad, ni mejor ni peor que cualquier otra. Reconoce que es así y no te sientas tan especial.
[Anula todo el campo de la afectividad. ¿Se trata sólo de acostarse con alguien o su hijo busca “algo más”?]
La carta de Kenny
¿Sabes cómo es la situación con mis hijos cuando vuelvo a casa por la noche? ¿Sabes lo que es oír llorar a tus hijos? ¿Cómo podrías saberlo? Y yo te protegía. Sí, era yo quien te protegía. Procuraba no creer que mamá tenía razón. Salía en tu defensa, daba la cara por ti. Tenía que hacerlo, porque eras mi padre. Intentaba excusarte, intentaba comprenderte.
Como dos gotas de agua [Tan parecidos que por eso no se entienden]
Seducir a alumnas indefensas, dedicarte a tus intereses sexuales a expensas de todo el mundo... eso es tan necesario, ¿verdad? No, lo necesario es seguir adelante con un matrimonio difícil, criar a un hijo pequeño y enfrentarte a las responsabilidades de un adulto. Durante aquellos años creí que mi madre exageraba, pero no era una exageración. Poco he sabido, hasta esta noche, lo que tuvo que soportar, el dolor que le causaste. ¿Y para qué? El agobio a que se vio sometida... el agobio que sufrí yo, un niño, que hube de ser todo lo que ella tenía en el mundo, ¿y por qué? ¿Para qué pudieras ser "libre"? No te soporto. Nunca he podido soportarte.» […]

No puede pasarse la vida asediado por ese drama de la infancia. ¿Que sí? En fin, tal vez. Probablemente tengas razón. Le dolerá durante el resto de su vida. Una de las innumerables bromas: un hombre de cuarenta y dos años, unido a la existencia de aquel chico de trece y todavía atormentado por ella. Quizá sea tal y como fue en aquel partido de béisbol. Se muere por huir. Se muere por alejarse de su madre, se muere por irse con su padre y lo único que puede hacer es vomitar todo lo que encierra su corazón.

Fragmentos seleccionados de El animal moribundo, Philip Roth



Aquí el sexo es el desencadenante de una serie de cosas. Él lo utiliza para llevar la relación a su lado más perverso, con el fin de después domesticarla y tener una relación convencional. Pero no le sale bien, y la humillación del título es la que él sufre por los desplantes de la muchacha. Coquetear con un hombre mayor puede ser una forma perfecta de humillarlo. El amor y la lujuria son tan maravillosos como peligrosos, pues su naturaleza es obsesiva y restrictiva. […]

-¿Cuándo escribo? No, no aprendo nada sobre la vida, pero sí aprendo algo muy valioso: cómo escribir ese tipo de historia de un modo eficaz y verosímil, lo que no sabía al empezar. Aprendo a cómo ocuparme de ese tema de una manera literaria, cómo tratarlo y ordenarlo, cómo darle sentido. Por ejemplo, hay millones de parejas que viven juntas pero que, sin embargo, son infelices. Pues convertir la vida de los matrimonios en material literario ha sido uno de mis trabajos. […]

-De 1962 a 1967 no pude escribir. En esos cinco años empecé varios libros que jamás acabé, podría usted llamarlo error, pero por otro lado era muy joven y estuve probando diferentes tonos y modalidades, iba encontrando mi voz como escritor. Así que mis errores fueron muy útiles. Pasaba meses leyéndome y exclamando: “¡Esto está mal! ¿Pero por qué?”. Al final empecé a usar un truco que aún me resulta práctico: pienso en lo que escribo como si fuera algo que realmente ha sucedido y, para hacerlo creíble, me pregunto: ‘¿Esto cómo sucedió? Intenta recordar…’. Y así me sale.
Entrevista con Philip Roth sobre “La humillación” por Xavi Ayén, 4 de octubre de 2013

sábado, 15 de febrero de 2014

Entre mi razón práctica y mi razón pura



La prisionera
«¿Pero usted no lo adivina?... ¿usted no comprende que mi tía me tiene aquí prisionera para venderme a D. José? […]
«Vamos a ver, Irene -le dije procurando tomar un tono muy paternal-. ¿Por qué tenía usted tanta prisa en salir de la casa, donde no debía temer las asechanzas de mi  hermano? […]
Yo creí que usted no caería en semejante lazo, tan torpemente preparado. Usted misma se ha lanzado al abismo... Y no se justifique ahora con razones rebuscadas; llénese usted de valor y dígame el motivo grande, capital, que ha tenido para abandonar aquella casa. Ese motivo no lo sé, pero lo sospecho. Venga esa declaración, o me faltará la fe en usted que me es necesaria para salir a su defensa. Nada hay más erróneo, Irene, que la mitad de la verdad.[…]

La mosquita muerta
¿Quieres que te la pinte en dos palabras?... Pues es una mosquita muerta... No lo creerás, sé que no lo vas a creer y que descargarás tu furor contra mí. […]
¿Quieres que te lo pruebe?... Cuando nos mudamos, en aquel desorden de los baúles, sorprendí un paquete de cartas... no tienen firma... ¿conocerás tú...?  […]

La amenaza
-¿Sabes cuáles son mis armas? La publicidad, el escándalo son espadas de dos filos que hieren a ti y a mi protegida. Pero no importa: es inocente. Dios cuidará de ella. Te amenazo, pues, con la publicidad, con el escándalo, y además con el juez. […]

Él lo sabe y se burla [El miedo al ridículo]
«Yo te he visto caracoleando en el cuarto de Irene, haciéndola la rueda en el paseo, como un pavito real, muy hueco y filosófico; yo te he visto relamido y sumamente pedante y traviatesco junto a ella... Es verdad que nunca sospeché que te pudiera querer... Eres muy antipático...». […]
Por María Santísima, Máximo, no hagas el oso... Tú no sirves para eso: nunca gustarás a las mujeres».
Aun siendo tan poco autorizado quien las hacía, aquellas burlas me mortificaban. […]

Ella también se reirá de ti [Es una hipócrita]
«Yo no comprendo el interés ridículo que te tomas por la pobrecita Irene, que de seguro se reirá de ti bajo aquella capita de bondad... porque eso sí; otra que tenga mejores modos y que sepa esconder tan bien sus picardías...». […]

Como un buen padre
Trabajo te mando, camaradita, porque no es oro todo lo que reluce. Y no es que yo quiera agraviar a la pobre Irene. Yo me he interesado por ella, no como un sabio filósofo, sino como un buen padre, como un hermano. Que viene doña Cándida a contarme que ha descubierto paquetes de cartas... Bueno, ¡cosas de chicas!, es natural que se enamoren de cualquier pelagatos... es natural que lo disimulen, que hagan mil tapujos y tonterías...

El miedo al escándalo
conociendo a José María como le conocía yo, bien podía asegurarse que daba por perdido el juego. Su miedo al escándalo me garantizaba su vencimiento y abandono de sus planes. Por el momento yo había triunfado, y lo mejor era que había conseguido mi objeto sin gritería ni violencia. […]
El murmullo en el sueño [Intranquilidad de espíritu] ¿Qué le pasa a Irene? ¿En qué se debate?

De cerca, el cuchicheo era tan ininteligible como de lejos; diálogo misterioso entre el alma y el sueño. […]

Confesión interrogatoria y deductiva
Entonces nació en usted el deseo de salir de la casa de mi hermano... ¿Me equivoco? Usted necesitaba resolver pronto el problema de su destino. Manuel se declararía más amante después de la velada, y probablemente incitaría a su amada a procurarse independencia. Usted se sintió con bríos de actividad. Su instinto de mujer, su corazón, su talento no le permitían un triste papel pasivo. Era preciso dar algunos pasos y alargar la mano para coger los tesoros que ofrecía la Providencia... Pero ahora tenemos una cosa muy singular. ¿Es la Providencia o el Demonio quien, permitiendo la trampa armada por mi hermano, le facilita a usted lo que ardientemente desea, que es salir de la casa, adquirir libertad y comunicarse fácilmente con Manuel? […]

La diferencia entre mi razón práctica y mi razón pura [a mí que no me saquen del plano teórico]

Yo, que tan torpe había sido en aquel asunto de Irene, cuando ante mí no tenía más que hechos particulares y aislados, acababa de mostrar gran perspicacia escudriñando y apreciando aquellos mismos hechos desde la altura de la generalización. No supe conocer sino por vagas sospechas lo que pasaba entre Irene y mi discípulo, y en cambio, desde que tuve noticia cierta de una sola parte de aquel sucedido, lo vi y comprendí todo hasta en sus últimos detalles, y pude presentar a Irene un cuadro de sus propios sentimientos y aun denunciarle sus propios secretos. Aquella falta de habilidad mundana y esta sobra de destreza generalizadora, provienen de la diferencia que hay entre mi razón práctica y mi razón pura; la una incapaz, como facultad de persona alejada del vivir activo, la otra expeditísima como don cultivado en el estudio. Todo lo que dije a Irene al confesarla, y que tanto la pasmó, fue dicho en teoría, fundándome en conocimientos académicos del espíritu humano.

Lo que pienso
[Manuel] No hace más que lo que usted le mande».
-Te veo venir, palomita -pensé sonriendo en mi interior-. Ahora quieres que yo te case... Temes, y lo temes con razón, que haya inconvenientes... Primero: doña Javiera se opondrá; segundo: el mismo Manuel... (estos soldados rasos son así...) después de su triunfo y de haber tomado la plaza con tanto brío, no tendrá gran empeño en conservarla. Es de la escuela de Bonaparte... Veo, Irenita, que no pierdes ripio... ¿Con que yo mediador, yo diplomático, yo componedor y casamentero...? Es lo que me faltaba.
Díjele esto en espíritu, que es como se dicen ciertas cosas.

Lo que piensa
-Sí; pero creí venir de paso -me respondió con una decisión que me parecía nueva en ella-. Vine como se va a una estación de ferro-carril para tomar el tren.
Y luego arrogante, altiva, como no la había visto nunca, revelándome una energía que me pasmó, me dijo:
«Créalo usted, pronto saldré de aquí, o casada o muerta».

¿Ironía? [Ella parece más sincera que él. No tiene miedo al ridículo, no le importa descubrirse]

Esto está montado a la alta escuela, amigo Manso... Aprenda usted para cuando se case...».

La confesión [El ideal se desploma]
«Pues mire usted, cuando yo era chiquita, cuando yo iba a la escuela, ¿sabe usted lo que pensaba y cuáles eran mis ilusiones?... No sé si esto dependía de ver la aplicación de otras niñas o de lo mucho que quería a mi maestra... Pues bien, mis ilusiones eran instruirme mucho, aprender de todas las cosas, saber lo que saben los hombres... ¡qué tontería! Y me apliqué tanto que llegué a tomar un barniz... tremendo... La vocación de profesora durome hasta que salí de la escuela de institutrices. Entonces me pareció que me asomaba a la puerta del mundo y que lo veía todo, y me decía: «¿qué voy yo a hacer aquí con mis sabidurías...?». No, yo no tenía vocación para maestra, aunque otra cosa pareciera. Cuando habló usted a mi tía para que fuera yo a educar a las niñas de don José, acepté con gozo, no porque me gustara el oficio, sino por salir de esta cárcel tremenda, por perder de vista esto y respirar otra atmósfera. Allí descansé, estaba al menos tranquila; pero mi imaginación no descansaba...». […]
«Yo he sido siempre muy metida en mí misma, amigo Manso. Así es que no se me conoce bien lo que pienso. ¡Me gusta tanto estar yo a solas conmigo pensando mis cosas, sin que nadie se entrometa a averiguar lo que anda por mi cabeza...! En casa de D. José yo cumplía bien mis deberes de maestra, yo ganaba mi pan; pero ¡ay!, si supiera usted, amigo, lo que padecía para vencer mi tristeza y mi resistencia a enseñar... ¡qué cargante oficio! ¡Enseñar gramática y aritmética! Lidiar con chicos ajenos, aguantar sus pesadeces... Se necesita un heroísmo tremendo y ese heroísmo yo lo he tenido... Pero estaba llena de esperanza, confiaba en Dios, y me decía: 'aguanta, aguanta un poco más, que Dios te sacará de esto y te llevará a donde debes estar...'». […]
«¡Y qué agradecida estaba yo al interés que usted se tomaba por mí! Pero como yo me guardaba de contarle a usted mis pensamientos, usted no me comprendía bien...
Usted veía y admiraba en mí a la maestra, mientras yo aborrecía los libros; no puede usted figurarse lo que los aborrecía y lo que ahora los aborrezco... Hablo de esas tremendas gramáticas, aritméticas y geografías...»[…]

Esto no es nuevo para mí [¿Por qué no se sincera con ella? ¿Por qué se mantiene en el plano de lo teórico?]

«Mire usted, Irene -le dije envalentonándome mucho y empleando ese acento, esa seguridad que siempre tengo cuando generalizo-. Lo que usted acaba de decirme no me sorprende mucho. Yo, sin comprender bien lo que usted pensaba, advertía que el fondo difería muchísimo de la superficie. Tenemos cierta práctica en estas cosas, ¿me entiende usted? Así es que a todos los engañaría usted menos a mí... La antipatía a los libros de enseñanza no estaba tan bien disimulada como otros secretos de usted más o menos tremendos. Y tanto lo creo así, que me parece podría seguir y marcar, sin equivocarme, la evolución, así decimos, de su pensamiento. Usted nació con delicados gustos, con instintos de señora principal, con aptitudes de esas que llamo sociales, y que constituyen el arte de agradar, de vivir bien, de conversar, de hacer honores y de recibirlos, todo con exquisita gracia y delicadeza. Faltan las condiciones atmosféricas para desarrollar esos instintos y esas aptitudes; y por lo mismo que le faltan, usted las desea, aspira a ellas, sueña con ellas... y véase por qué inesperado camino se las depara la Providencia. Cumple usted fatalmente la ley asignada a la juventud y a la belleza; usted cae en eso que antes se llamaba las redes del amor... cosa muy natural; pero que, a más de natural, resulta ahora oportunísima, porque... Hablemos con claridad. Si Manuel se casa con Irene, como creo, y tal es su deber, tendrá Irene lo que desea, será usted lo que debe ser... vaya usted contando: esposa de un hombre notable; señora de una excelente casa, donde podrá darse toda la importancia que quiera; dueña de mil comodidades, coche, criados, palco...». […]
[Le habla de Irene como si fuera una tercera persona. Ni siquiera es capaz de dirigirse a ella como amiga; ya no digamos como mujer de la que está enamorado.
¿De qué tiene miedo?
Yo creo que tiene miedo de saltarse la norma: fundamentalmente, tiene miedo al ridículo, por la diferencia de edad, de no actuar conforme a la razón, de alejarse de lo establecido y convencional. En definitiva, creo que es víctima de sus propios prejuicios. Por eso se convierte en su principal enemigo y se ningunea a sí mismo. “Yo no existo”. Verdaderamente, actúa como si no existiese.]

El completo desengaño
«Lo que yo aseguro a usted -me dijo-, es que mis deseos han sido siempre los deseos más nobles del mundo. Yo quiero ser feliz como lo son otras... ¿Hay alguien que no desee ser feliz? No... Pues yo he visto a otras que se han casado con jóvenes de mérito y de buena posición. ¿Por qué no he de ser yo lo mismo? Yo se lo he pedido a Dios, Manso. Para que me concediera esto, he rezado tanto a Dios y a la Virgen...».
¡También santurrona!... Era lo que me faltaba ya para el completo desengaño...

El tema eterno [La parte más bonita de la novela. Cuando advierte que la quiere más allá del ideal que de ella se había conformado.]

¿Dónde estaba aquel contento de la propia suerte, la serenidad y temple de ánimo, la conciencia pura, el exacto golpe de vista para apreciar las cosas de la vida?, ¿dónde aquel reposo y los maravillosos equilibrios de mujer del Norte que en ella vi, y por cuyas calidades, así como por otras, se me antojó la más perfecta criatura de cuantas había yo visto sobre la tierra? ¡Ay!, aquellas prendas estaban en mis libros; producto fueron de mi facultad pensadora y sintetizante, de mi trato frecuente con la unidad y las grandes leyes, de aquel funesto don de apreciar arque-tipos y no personas. ¡Y todo para que el muñeco fabricado por mí se rompiera más tarde en mis propias manos, dejándome en el mayor desconsuelo!... […]

Considerando su sobriedad, pasé a reflexionar otra vez sobre el tema eterno.
«Quién sabe -me dije-, si una crítica completamente sana y fría podría llevarte a declarar que aquellas supuestas, soñadas y rebuscadas perfecciones constituirían, caso de ser reales, el estado más imperfecto del mundo... Eso de la mujer-razón que tanto te entusiasmaba, ¿no será un necio juego del pensamiento? Hay retruécanos de ideas como los hay de palabras... Ponte en el terreno firme de la realidad y haz un estudio serio de la mujer-mujer... Estos que ahora te parecen defectos, ¿no serán las manifestaciones naturales del temperamento, de la edad, del medio ambiente?... ¿De dónde sacaste aquel tipo septentrional más frío que el hielo, compuesto no de pasiones, virtudes, debilidades y prendas diferentes, sino de capítulos de libro y de hojas de Enciclopedia? Observa ahora la verdad palpitante, y no vengas con refunfuños de una moral de cátedra a llamar graves defectos a los que en realidad son tan sólo accidentes humanos, partes y modos de la verdad natural que en todo se manifiesta. La pasión es propio fruto de la juventud, y el arte de disimular que tanto te espeluzna es una forma de carácter adquirida en el estado de soledad en que ha vivido esa criatura, sin padres, sin apoyo alguno. Un poderoso instinto de defensa le ha dado ese arte, con el cual sabe suplir la falta de amparo natural de la familia.
[Este es un espejo en el que él no se mira. El hombre-razón. El hombre libre de las pasiones.]

Ese disimulo ha sido su gran arma en la lucha por la vida. Se ha defendido del mundo con su reserva. Y esa ambición que tanto te desagrada no es más que un producto del mismo desamparo en que ha vivido. Se ha acostumbrado a deberlo todo a sí misma, y de ahí ha venido el prurito de emprenderlo todo por sí misma. Arrastrada por la pasión, ha tenido flaquezas lamentables. Su agudeza y su prudencia han sido vencidas por el temperamento... Hay que considerar lo extraordinario de las seducciones con que luchaba. Enamorada, la atraía el galán de sus sueños; pobre, la atraía el joven de posición. ¡Amor satisfecho y miseria remediada!
Estos grandes imanes, ¿a quién no llevan tras sí? El espíritu utilitario de la actual sociedad no podía menos de hacer sentir su influjo en ella. He aquí una huérfana desamparada que se abre camino, y su pasión esconde un genio práctico de primer orden...». […]
Consistía mi nuevo mal en que al representármela despojada de aquellas perfecciones con que la vistió mi pensamiento, me interesaba mucho más, la quería más, en una palabra, llegando a sentir por ella ferviente idolatría.
¡Contradicción extraña! Perfecta, la quise a la moda Petrarquista, con fríos alientos sentimentales que habrían sido capaces de hacerme escribir sonetos. Imperfecta, la adoraba con nuevo y atropellado afecto, más fuerte que yo y que todas mis filosofías. […]

-¿Le parece a usted lo que ha hecho?... Es para matarlo... Pues se quiere casar con una maestra de escuela... […]
[Manuel] Venía sumamente jovial. Le conocí que había visto a su víctima; mas no pude suponer dónde ni cómo. […]

La venganza del maestro
-¿Serás capaz de hacer lo que yo te mande?
-Juro que sí -me dijo con entereza-.No hay nadie en el mundo que tenga sobre mí dominio tan grande como el que tiene mi maestro.

-Yo concedo que por circunstancias especiales te resistas a unirte a ella con lazos que duran toda la vida. Yo convengo en que podrías considerar este casorio como un entorpecimiento en tu carrera... Podrías aguardar a que dentro de algún tiempo, cuando tu notoriedad fuera mayor, se te presentara un partido brillantísimo, una de estas ricas herederas que se pirran porque las llamen ministras... Eres medianamente rico; pero tu fortuna no es tan considerable, que puedas aspirar a satisfacer las exigencias, mayores cada día, de la vida moderna. La riqueza general crece como espuma y las competencias de lujo llegan a lo increíble. Dentro de diez o quince años quizás te consideres pobre, y quién sabe, quién sabe si las posiciones oficiales que ocupes ofrezcan un peligro a tu moralidad. Piénsalo bien, Manuel, mira a lo futuro, y no te dejes arrastrar de un capricho que dura unas cuantas semanas. Ten por seguro que si te dispensan la edad, entrarás en el Congreso antes de tres meses. Al año, ya tus grandes facultades de orador te habrán proporcionado algunos triunfos. Te lucirás en las comisiones y en los grandes debates políticos. Puede ser que a los dos años de aprendizaje seas lugarteniente de un jefe de partido, o coronel de un batalloncito de dragones. De seguro acaudillarás pronto uno de esos puñados de valientes que son la desesperación del gobierno. Te veo subsecretario a los veinte y seis años, y ministro antes de los treinta. Entonces... figúrate: un matrimonio con cualquier rica heredera americana o española remachará tu fortuna, y... no te quiero decir lo que esto valdrá para ti...
Él me miraba atento y pasmado. Yo, firme en mi propósito, continué así:
«Ahora examinemos el otro término de la cuestión. La pobre Irene... Es una buena chica, un ángel; pero no nos dejemos arrastrar del sentimentalismo. De estos casos de desdicha está lleno el mundo. La que cae, cae, y adivina quién te dio... Supongamos que tú, inspirándote ahora en ideas de positivismo das por terminada la novela de tus amores, la rematas de golpe y porrazo, como el escritor cansado que no tiene ganas de pensar un desenlace. La víctima llorará mucho; pero los ríos de lágrimas son los que al fin resisten menos a las grandes sequías.
Al dolor más vivo dale un buen verano y verás... Todo pasa, y el consuelo es ley del mundo moral. ¿Qué es el universo? Una sucesión de endurecimientos, de enfriamientos, de transformaciones que obedecen a la suprema ley del olvido. Pues bien, la joven se oculta, se desmejora; pasa un año, pasan dos, y ya es otra mujer. Está más guapa, tiene más talento y seducciones mayores. ¿Qué sucede? Que ni ella se acuerda de ti, ni tú de ella.
Es verdad que su pobreza la impulsaría quizás a la degradación; pero no te importe, que la Providencia vela por los menesterosos, y esa discreta y bonita joven encontrará un hombre honrado y bueno que la ampare, uno de estos solterones que se acomodan a la calladita con los restos del naufragio...».
[Le quiere hacer responsable de la suerte de Irene]

-Por vida de las ánimas -gritó Peña con ímpetu, sin dejarme acabar-, que si no le tuviera a usted por el hombre más formal del mundo, creería que está hablando en broma. Es imposible que usted...
Lo que yo decía hubiera sido insigne perfidia, si no fuera táctica, que mi discípulo descubrió antes de tiempo. Anticipándose a mi estratagema, me descubría lo que yo quería descubrir. No me quedaba duda de la rectitud de su corazón...
«No siga usted -exclamó levantándose-. Yo me marcho: no puedo oír ciertas cosas...».
Y yo entonces me fui derecho a él, le puse ambas manos sobre los hombros, hícele caer en el asiento. Cada cual quedó en su lugar con estas palabras mías:
«Manuel, esperaba de ti lo que me has manifestado. Al suponer que yo bromeaba, veo que sabes juzgarme. No estaba seguro de tu modo de pensar, y te armé una argumentación capciosa. Ahora me toca a mí hablar con el corazón... ¿Quieres un consejo? Pues allá va... Ni sé cómo has esperado a pedírmelo; no sé cómo has creído que fuera de tu conciencia hallarías la norma de tu conducta... Para concluir: si no te casas, pierdes mi amistad; tu maestro acabó para ti. Toda la estimación que te tengo será menosprecio, y no me acordaré de ti sino para maldecir el tiempo en que te tuve por amigo...».

La maestra
Yo me había propuesto no ver más a Irene, porque no viéndola estaba más tranquilo; pero un día se empeñó Manuel en llevarme allá, y no pude evitarlo. La que fue maestra de niños y después lo había sido mía en ciertas cosas, se alegró mucho de verme, y no lo disimulaba. Pero su gozo era de orden de los sentimientos fraternales y no podía ser sospechoso al joven Peñita que, a su modo, también participaba de él. Hablamos largo rato de diversas cosas: ella me mostraba la variedad y extensión de sus imperfecciones, encendiendo más en mí, al apreciar cada defecto, el vivo desconsuelo que llenaba mi alma... Habló de mil tonterías graciosas y cada una de estas era como afilada saeta que me traspasaba. Su frívolo gozo recaía gota a gota sobre mi corazón como ponzoña...
Un gran escozor sentía yo en mí desde el famoso descubrimiento; sospechaba y temía que Irene, dotada indudablemente de mucha perspicacia, conociese el apasionamiento y desvarío que tuve por ella en secreto, con lo cual y con mi desaire, recibido en la sombra, debía de estar yo a sus ojos en la situación más ridícula del mundo. Esto me acongojaba, me ponía nervioso. A ratos me decía:
«¿Qué haré yo para quitarle de la cabeza esa idea? Y de que tiene tal idea no me cabe duda... Es más lista que Cardona y sabe más que todos los tragadores de bibliotecas que existimos en el mundo. Imposible, imposible que dejara de comprender mi... Y si lo comprendió, ¡cómo se reirá del pobre Manso, cómo se reirán los dos en la intimidad de sus soledades deliciosas...! Si me fuese posible arrancarle ese pensamiento, o al menos sembrar en su mente otros que, al crecer, lo ahogaran y comprimieran...».
Y ella, cuando hablaba conmigo, bondadosa hasta no más, me miraba con ojos que a mí me parecían llegar hasta lo más lejano y escondido de mi ser. Luego tenían sus labios una sonrisita irónica que confirmaba mi temor y me inquietaba más. Cuando me miraba de aquel modo, yo creía oírla hablar así en su interior:
«Te leo, Manso; te leo como si fueras un libro escrito en la más clara de las lenguas.
Y así como te leo ahora, te leí cuando me hacías el amor a estilo filosófico, pobre hombre...».
Fragmentos seleccionados de El amigo Manso, de Benito Pérez Galdós



Démosle la vuelta: Lo ridículo es renunciar voluntariamente a la libertad. Dejar de ser uno mismo por miedo al fracaso.
Tengo un hijo de cuarenta y dos años ridículo. Ridículo porque es hijo mío, encarcelado en su matrimonio debido a que yo huí del mío, la importancia que eso ha tenido para él y la protesta contra mi vida personal que se ha obstinado en hacer suya. La ridiculez es el precio que paga por haber sido transformado demasiado pronto en un Telémaco, pequeño y heroico defensor de su madre desatendida. No obstante, durante los tres años en que sufrí accesos intermitentes de depresión, fui mil veces más ridículo que Kenny. ¿Qué quiero decir con la palabra ridículo? ¿Qué es la ridiculez? Renunciar voluntariamente a tu libertad, ésa es la definición de ridiculez. Si te quitan la libertad a la fuerza, no hace falta decir que no eres ridículo, excepto para quien te la ha quitado violentamente. Pero quien se deshace de su libertad, quien está deseando deshacerse de ella, entra en la esfera de lo ridículo, que hace pensar en la más famosa de las obras de Ionesco y que ha sido cantera de la comedia en toda la historia de la literatura. Quien es libre puede estar loco, ser estúpido, repelente, sufrir precisamente porque es libre, pero no es ridículo. Tiene dimensión como ser. Yo mismo era bastante ridículo con Consuelo. Pero ¿durante los años en que fui cautivo del monótono melodrama de su pérdida? Mi hijo, conformado por el desprecio hacia mi ejemplo, decidido a ser responsable en el mismo aspecto en que yo fui negligente, incapaz de liberarse de nadie, empezando por mí... mi hijo tal vez no desee conocer más, pero yo voy por el mundo insistiendo en que yo sí y, aun así, lo extraño se infiltra en mi vida. Los celos se infiltran. El apego se infiltra. El eterno problema del apego. No, ni siquiera el hecho de joder puede mantenerse totalmente puro y protegido. Y es en esto en lo que fallo. Soy el gran propagandista de la jodienda, pero no puedo hacer las cosas mejor que Kenny. Por supuesto, no existe el tipo de pureza con la que sueña Kenny, pero tampoco existe la pureza con la que yo sueño. Cuando dos perros folian, parece que hay pureza. Ahí sí, entre las bestias, nos decimos, hay pura jodienda. Pero si lo comentáramos con ellos, probablemente descubriríamos que, incluso entre los perros, y en forma canina, existen las alocadas distorsiones del anhelo, de la idolatría, de la posesión, incluso del amor.
Esta necesidad. Este trastorno mental. ¿Cesará alguna vez? Al cabo de un tiempo, ni siquiera sé por qué estoy desesperado.
El animal moribundo, Philip Roth
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