miércoles, 3 de julio de 2019

¿En qué mundo vives?




Entrevista a Antonio Muñoz Molina por Juan Cruz por la presentación de Tus pasos en la escalera, El País, 19 de marzo de 2019
Entrevista a Antonio Muñoz Molina por Núria Escur con motivo de la presentación de Tus pasos en la escalera, La Vanguardia, 19 de marzo de 2019
Presentación de Tus pasos en la escalera en el espacio Bidebarrieta Kulturgunea del Área de Cultura del Ayuntamiento de Bilbao, martes, DÍA 18 de junio. Antonio Muñoz Molina y Elvira Lindo. 

El Faro | Entrevista a Antonio Muñoz Molina | 06/05/2019

Parlem amb... Antonio Muñoz Molina, Presentación a cargo de Anna María Iglesia de Tus pasos en la escalera, 9 de abril de 2019 en la Biblioteca Jaume Fuster 








Antonio Muñoz Molina, el autor de El invierno en Lisboa (Seix Barral, 1987), empieza así Tus pasos en la escalera: “Me he instalado en esta ciudad para esperar en ella el fin del mundo”. Más de 30 años después, la ciudad vuelve a ser Lisboa, y la atmósfera que transmite esa premonición es la de una serenidad asustada. Su personaje espera el fin del mundo, pero su actitud es la de un hombre que aguarda a su amor, científica ocupada en Nueva York. 
La vida y la espera van siendo carcomidas, aparecen sombras que señalan el fracaso total de la vida en el mundo. Pero ha habido un largo instante en que el lector siente que Bruno, el personaje cuyo nombre solo aparece una vez, en realidad está preparándole una fiesta a su amada. Es un libro que no te suelta, del que habla con sosiego este granadino de Úbeda (Jaén). Aparece esta semana, también en Seix Barral, y será presentado este martes a las siete de la tarde en la Biblioteca Jaume Fuster de Barcelona y a la misma hora del viernes en la Casa del Lector, en el Matadero de Madrid. Muñoz Molina nació en 1956 y sigue teniendo la paciencia inquieta con la que nació a la escritura como el Robinson urbano que escribe cada semana en Babelia.
El libro le nació caminando por Lisboa, en efecto; su ordenador se había roto, se eliminó lo que llevaba escrito y de una frase que le vino a la cabeza junto al río nació Tus pasos en la escalera. De una destrucción, pues, le vino esa premonición con la que arranca la novela.
Pregunta. ¿En qué situación estamos con respecto a aquella premonición?
Respuesta. La premonición está directamente relacionada con el carácter del personaje y con el modo de vivir su historia. Ha sido expulsado del mundo práctico. Se ha buscado un refugio de cuya precariedad es consciente. Un eje fundamental de la novela es el recuerdo del 11S: su mujer y él vivieron ese día en Nueva York la sensación de derrumbe, con la que comenzó su vida juntos. La mayor parte de las cosas apocalípticas que cuento estaban en los periódicos que leía mientras escribía el libro. Yo estaba escribiendo en ese estado en el que más que dar salida a un mundo que tienes dentro escribes siendo permeable a la realidad que te rodea…
P. Y esa actitud narrativa alerta al exterior se la traslada al propio personaje…
R. Es una persona aislada, pero perfectamente consciente. Ahí está la tensión poética que sostiene la historia: que alguien así te da cuenta de cómo es el mundo y alguien que no acaba de ver la realidad filtra a través de sus relatos lo que él no sabe o no te quiere decir.
P. Parece que vamos a asistir a una historia feliz. Pero de pronto se sabe que esperan el miedo, la devastación…
R. Eso tiene que ver también con la profesión de Cecilia, la protagonista, que se dedica a investigar científicamente, con ayuda del Departamento de Estado, los mecanismos del miedo, de la memoria del miedo en las ratas de laboratorio. De algún modo él es una cobaya del experimento de Cecilia. Crees que ves el mundo orientado en el tiempo y en el espacio, pero con pequeñas alteraciones ese espacio y ese tiempo se desordenan.
P. Está el libro lleno de simultaneidades, se junta lo que pasó en Nueva York con lo que podría pasar en Lisboa. Y se junta lo uno y lo otro en un camino hacia el desastre…
R. La novela sale precisamente de ahí. No está planeada. Salió al instalarnos [Elvira Lindo, su esposa, escritora, y él] en Lisboa e ir viendo semejanzas muy llamativas: el río, el puente, los aviones sobre las casas. Eso que es parte de la novela, esa percepción de las cosas, fue la génesis de la misma novela: te vas a la otra punta del mundo y se está repitiendo, en parte por azar y en parte por decisión propia, la vida anterior. Estás intentando crear un duplicado del mundo que has perdido.
P. No se puede asociar al personaje con usted, pero los escenarios e, incluso, las preocupaciones sobre lo que ocurre en la vida pública son las suyas.
R. Pero lo importante para mí es que es una novela, una construcción narrativa soberana, que tiene una trama. Los materiales con los que está hecha son muy inmediatos, pero el resultado es una invención, una ficción literaria. Hacía tiempo que no creaba una ficción pura y me gusta mucho esta sensación.
P. Pero no ha cambiado la estela de sus libros anteriores, más dedicados a la observación personal de lo que sucede, al menos, desde Todo lo que era sólido…
R. Por supuesto… Esos materiales cobran aquí forma de ficción pura. Me gustan mucho todos los géneros, pero llevaba tiempo queriendo hacer una novela que se sostuviera sola, que no tuviera referencias realistas ni documentales ni de nada, aunque estén dentro. Mis grandes modelos de novela como las de Henry James. Otra vuelta de tuerca, por ejemplo, está construida sobre el malentendido. Claro, los personajes salen de mí, de lo que tengo alrededor, pero me gusta la idea del artificio. Cuando de pronto se me ocurrió a lo que se dedicaba Cecilia, el personaje cobró una intensidad y una concreción extraordinaria. Igual que él es un antiguo ejecutivo, una persona a la que yo le he puesto cosas mías porque son las que tengo.
P. Los desastres a los que va aludiendo el personaje son reales y son destellos dramáticos del fin del mundo.
R. Galdós llama a la serie de sus novelas principales “novelas españolas contemporáneas”. Está bien construir ficciones de un pasado que no has vivido, pero, en mi opinión, el verdadero desafío para un novelista es cómo crear ficciones que se sostengan solas, como un edificio, pero hechas de lo urgente, de lo inmediato, de lo contemporáneo.
P. Se ven la destrucción y el miedo viniendo. ¿Usted mismo lo siente mientras escribe?
R. Es una de las tareas del novelista: ponerte en cada personaje en la medida de lo posible. Pero, cuando una novela surge y se desarrolla con mucha fuerza, todas esas cosas quedan envueltas en felicidad, en la exaltación de la invención. El hecho de crear es tan poderoso que sobre todo te da felicidad.
P. Entre las identidades que le da a su personaje está la de Robinson, que fue también su alter ego como observador urbano en sus primeros años de cronista y escritor en Granada.
R. Forma parte de lo que uno es. Ir fijándote por ahí en las cosas es una actitud vital, de curiosidad y también de cortesía hacia el mundo. Las personas tienen mucha prisa por manifestar, por mostrar sus reacciones. Para mí es mucho más atractivo la paciencia de observar, sin tanta prisa en mostrar tu reacción hacia lo que hay fuera.
P. ¿Es legítimo pensar que entre las metáforas de la novela está la situación actual del mundo?
R. Es una novela contemporánea, como decía antes. Ocurren cosas que pasan ahora. Este libro me llegó cuando estaba haciendo otras cosas. Me había preparado para una novela distinta y, cuando ya estaba dispuesto, hubo un accidente con el ordenador y se borró lo escrito. Junto al Tajo se me ocurrió una frase, la anoté en un cuaderno y ahora el resultado es Tus pasos en la escalera.
P. El personaje parece indiferente al fin del mundo que se le viene encima. Hasta que, al final de la novela, dice: “Ahora tengo miedo”.
R. En ese momento se encuentra perdido, la construcción de su mundo se está desmoronando. Está perdido, en un túnel, rodeado de detritus. No tiene escapatoria. Y es entonces cuando dice que tiene miedo.
P. A Bruno lo expulsan del trabajo, vive el 11S, pasa por todas las vicisitudes de una época que se parece al fin del mundo. ¿De dónde viene Bruno?
R. Hace años estuve en una cena de Nochevieja con amigos y familiares. Una persona muy querida por mí, que trabajaba en una empresa, se quedó muy abstraído. Le pregunté qué le pasaba y me dijo: “Es que estoy pensando en la gente que voy a despedir el día 2, cuando vuelva al trabajo”. Me impresionó mucho. Cómo a aquella persona, buena persona, se le cruza la idea de que hay varias personas que no saben que van a perder el trabajo dos días después. Luego a esa persona la echaron también. De ahí viene Bruno.
P. De las cosas que pasan, y que le han pasado a Bruno y a usted en este tiempo, ¿cuál le da más miedo?
R. A mí me dan miedo las cosas que salen en el libro, me da miedo el horror de Trump, las cuestiones de la crisis climática, me da mucho miedo la fragilidad del sistema económico internacional, supeditado al beneficio a corto plazo de gente corrupta… Todo eso me da miedo.
P. El libro está marcado por las cenizas del 11S. ¿Ese fue el aviso del fin del mundo?
R. Creo que lo que ocurrió en ese momento es que pasamos a otra cosa, a una paranoia. Fue algo muy grave, pero era un atentado terrorista. Al terrorismo hay que responder con la policía, con la ley, no se responde militarmente. Fíjate en la lección de España. La respuesta al ataque del 11S desató una barbarie, una serie de brutalidades cuyas consecuencias aún estamos viviendo. El 11S, Elvira y yo escribimos crónicas inmediatas de lo que estaba pasando allí. Varios años después incorporé las mías a Ventanas de Manhattan y al cabo de los años se han integrado en una ficción. Con el tiempo la experiencia se va transmutando. Se puede convertir en novela.
P. Y en niebla.
R. Claro. Me gusta mucho la sincronía entre la vida privada y los hechos históricos, algo que hace maravillosamente Galdós. Como lector y novelista me apasiona hacer algo así. Imaginarme a los dos amantes subidos a la terraza del edificio y viendo al fondo la columna de humo del 11S me parece poderoso.
P. En todas sus novelas está esa niebla en cierto modo.
R. Es la incertidumbre del mundo.




Maestro del detalle, académico, prolífico escritor y hombre de silencios e intensidades, Antonio Muñoz Molina (Jaén, 1956) publica Tus pasos en la escalera (Seix Barral), una novela sobre las esperas y los miedos desde los ojos de un solitario. Premio Princesa de Asturias de las Letras y Nacional de Literatura, describe con precisión de relojero a un hombre cuya obsesión diaria se centra en preparar la vuelta a casa –un nuevo refugio– de su mujer Cecilia.
¿Qué tiene Lisboa que no tenga Madrid, las dos ciudades entre las que vive?
En Lisboa me he encontrado bien siempre y creo que es porque responde de modo muy profundo a esa reserva tan mía y esa propensión a la quietud.
¿Cómo entiende el concepto de identidad? ¿Uno es de donde vive o de donde quiere volver?
Uno es de muchos sitios. Veo demasiada obsesión por el espesor de la identidad. Yo soy permeable, si me gusta el sitio me pongo de parte de ese sitio. Pero la gente llega y dice “madre mía, que sucio está”.
Nada es para siempre
Nada. ¿De dónde eres? Según la temporada. El problema es esa obsesión tan rígida de la identidad. Yo, cuando he estado en Nueva York he pensado que no querría estar en otro sitio.
Nueva York en el libro le vincula a su estancia allí con su pareja, Elvira Lindo. ¿Es cierto que a ella le llegó a parecer cutre pero aceptó vivir allí por usted?
Creo que sí. O así lo dice en su libro. Elvira siempre fue más escéptica que yo. Ella es muy de Madrid y aunque no nació allí está anclada.
Su personaje es un hombre solitario que se aferra a la rutina, a lo doméstico, para mantener su equilibrio. Una parcela adjudicada al mundo femenino.
Es algo que uno va descubriendo con el tiempo: la belleza de lo cotidiano. Ese carácter sacramental del desayuno, el ritual, las flores, creo que es muy importante y que obviamente lo aprendí de mujeres.
Tal vez también nos mereceríamos más mujeres académicas.
¡Por supuesto! No sé si hay siete u ocho. Siempre pensé que eso era una prioridad y mi postura fue meridiana.
Dice su personaje “me siento en el escritorio y... no hago nada”. ¿Virtudes de la contemplación?
Hay un prestigio de la acción y la inmediatez que me parece exagerado. En el taoísmo hay un concepto muy interesante que es el “no hacer” ¡porque el no hacer es una cosa activa! La no violencia es activa. ¿Para qué corremos tanto? Pascal dice “todas las desgracias le vienen al hombre de no saber quedarse solo en una habitación”.
No esperar nada.
Meditar consiste en estar sentado y ver pasar las cosas. Y eso es fundamental para el disfrute de las artes.
Su hombre es especialista en “miedos retrospectivos”. ¿A qué teme Muñoz Molina?
Uuuu… yo soy una persona de carácter temeroso; una vertiente es enfermiza, la ansiedad. Pero la otra es objetiva, porque tu ves el estado de las cosas en el mundo y hay motivos. Un mundo en el que Trump manda es pavoroso.
Está escrito en primera persona.
Porque es la historia de un ensimismamiento, la obsesión de un hombre que está empezando a perder el control de la realidad.
¿Diría que acaba siendo un hombre feliz o resignado?
Yo creo que un hombre perdido.
¿Podría vivir sin Cecilia, la mujer de su vida?
Yo creo que podría vivir casi sin nadie. La historia es que él no puede aceptar vivir sin ella.
En lugar del término ‘jubilado’ usted prefiere el término en portugués, ‘reformado’.
Me parece que es un término más neutro, reformado, me gusta.
¿Nos pasamos la vida haciendo cosas que no queremos?
Totalmente. Has de buscar un margen de soberanía sobre lo que debes hacer. Hay que curarse del descrédito de la pereza y la inacción.
¿Qué le recomendaría a un joven a la hora de decidir su futuro profesional?
Ahora publicitan mucho eso de “tu puedes hacer lo que quieres”. Pues no es verdad, no todos servimos para todo.
¿El silencio habla?
Hay un silencio necesario y maravilloso, el de dos personas que se entienden sin decir nada. Y luego el silencio canceroso, el del libro, en que las personas se van recluyendo.
¿Puede citarme de memoria algo de Montaigne?
Un momento precioso de Montaigne refiriéndose a su gran amigo, que fue su gran amor, De la Boétie. No se conocían pero habían oído hablar el uno del otro: “Antes de conocernos ya nos abrazábamos en nuestros nombres”.













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